Las calles también hablan

Las calles, avenidas o plazas de Bogotá han ido llenándose de nombres de significado histórico y en los últimos tiempos de sitios que recuerdan a personas o acontecimientos ejemplares por su contribución a la paz o a la democracia. Son huellas de memoria y de rechazo a la violencia dejadas por iniciativas oficiales de reconocimiento o reparación y en muchas ocasiones sitios destacados por grupos de ciudadanos que llenan de símbolos de convivencia el espacio público.

Ese proceso social de apropiación del espacio público para la memoria le ha permitido al Centro de Memoria, Paz y Reconciliación ir construyendo con el aporte ciudadano una cartografía de Bogotá en la cual se han ubicado 74 lugares; muchos de ellos ostentan nombres de personas que han sido asesinadas en medio de la violencia política que ha marcado a Colombia en un siglo de historia: líderes políticos, defensoras de derechos humanos, sindicalistas, periodistas, estudiantes. También se han destacado lugares que recuerdan grandes eventos en la búsqueda de la paz como el Voto Nacional por la Paz en 1902, la Asamblea Constituyente de 1991, la Séptima Papeleta de 1990, el Mandato por la Paz en 1997, el plebiscito de 12 millones de firmas por el Manifiesto por la paz y la no violencia presentado por Colombia en 1998 ante las Naciones Unidas, el Centro de Memoria en el Parque de la Reconciliación, entre otros.

Al observar ese mapa de Bogotá Ciudad Memoria, la ciudad aparece marcada en todos los puntos cardinales por esos símbolos que son un llamado a las acciones comunes por la paz – que es otro nombre de la reconciliación – o a la no repetición del uso de las armas para dirimir conflictos políticos o sociales. Pero se observa en particular que como parte de la historia de la ciudad se han trazado dos rutas excepcionales que son la lectura de buena parte de la historia de violencia política y de lo que no se quiere olvidar. Una de esas rutas es el recorrido por la Carrera Séptima desde el sitio donde fue asesinado Rafael Uribe Uribe en 1914 en las gradas del Capitolio Nacional hasta la Avenida Rodrigo Lara Bonilla (calle 127) y otra por la calle 26 – Avenida Jorge Eliecer Gaitán – desde el Parque de la Independencia hasta el Aeropuerto El Dorado, Luis Carlos Galán.

Oficios de la memoria

OFICIOS-DE-LA-MEMORIA

No es extraño que en este libro nos entregue memorias contadas por mujeres. Cada una nos presenta un relato distinto de su experiencia de vida que tiene una fractura cuando irrumpe la guerra en su casa y en los caminos de sus familiares y vecinos. Todas recorren los laberintos del desplazamiento forzado y la llegada a la ciudad para buscar una oportunidad que las libre de la angustia de haberlo perdido todo.

Cronología del desencuentro (1996-2012). Tres lustros del acuerdo humanitario

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La periodista Viviana Esguerra ofrece su punto de vista sobre el acuerdo humanitario y sus avatares, basándose en uno de sus capítulos más difíciles dentro del secuestro. Es un repaso dramático de una de las peores etapas de la violencia que ha vivido el país; es una radiografía de la memoria de la tragedia que ha representado la persistencia de la falta del diálogo entre los colombianos.

También aparece la experiencia dolorosa, con sus particularidades, de la periodista Diana Turbay; de Gloria Lara, quien fungía como directora de Acción Comunal y Asuntos Indígenas, y del líder sindical José Raquel Mercado, quienes fueron asesinados por sus captores.

Ahora bien, para el CMPR plasmar el tema del secuestro no tiene el llano interés de narrar la triste suerte desatada a niveles particulares, sino ahondar también en los actores que hicieron de ésta una actividad atroz recurrente, que prácticamente es estigma de todos. Valga la pena mencionar que, si bien es cierto que desde sus orígenes la guerrilla ha estado al frente de las estadísticas de plagios, los grupos paramilitares también optaron por llevarlo a cabo. Y de tratarse de las desapariciones forzadas, cuya responsabilidad cae en las fuerzas del Estado, es recomendable no pasar por alto que aquellas inician con un secuestro.

Este breve repaso es la excusa para poner de manifiesto el presente texto. La periodista Viviana Esguerra ofrece su punto de vista sobre el acuerdo humanitario y sus avatares, con base en uno de sus capítulos más difíciles dentro del secuestro: la retención de miembros de la Fuerza Pública y su prolongado cautiverio.

Más allá de su interpretación, Cronología del desencuentro es un repaso dramático de una de las peores etapas de la violencia que ha vivido el país; es una radiografía de la tragedia que ha representado la persistencia en la falta de diálogo entre los colombianos. Metodológicamente, hay en la autora un esfuerzo.

La sociedad dificultosamente podrá recuperarse de esta larga tragedia del secuestro, que pesará sobre su conciencia histórica como uno de sus peores momentos. A no olvidar para que jamás haya repetición, es el llamado de esta obra que se presenta a los lectores.

De la tierra al olvido. Y otras historias de mujeres en medio del conflicto

De La tierra Al olvido

Las mujeres en Colombia han sufrido doblemente la guerra. Las cifras nos muestran que los hombres han sido las principales víctimas del delito de homicidio, pero también nos indican que las demás tipologías de violencia han sido ejecutadas a la par contra hombres y mujeres. Vergüenza, dolor, amargura y rabia son las palabras que vienen a mi mente cuando pienso en cientos de mujeres víctimas que he conocido a lo largo de este interminable conflicto colombiano. Mujeres desplazadas con sus hijos, mujeres que no encuentran sosiego ante la desaparición de un familiar, mujeres cuyos hijos se los llevó la guerra porque fueron reclutados, y viven con el corazón en la mano, esperando siempre la trágica noticia de la muerte. Mujeres violadas para humillar al supuesto enemigo, mujeres desaparecidas, mujeres secuestradas, mujeres mutiladas, mujeres preñadas por sus victimarios violadores, mujeres tristes, mujeres solas, mujeres sobrevivientes. 

Pero también he conocido el valor inigualable de estas mujeres que, a pesar de todos sus sufrimientos, tuvieron que levantarse solas para seguir adelante con la vida, lograr sobreponerse gracias a su esfuerzo y revertir su sufrimiento en una causa colectiva. Con este valor indescriptible y su propia persistencia, muchas mujeres lograron que las adversidades y las circunstancias forjaran su liderazgo y que, en el marco de otros esfuerzos hechos por los movimientos de defensa de los derechos humanos, se hicieran visibles y reconocidos sus derechos.

 A pesar de que la guerra y la violencia arrebatan cada día los derechos de muchas ciudadanas y ciudadanos, Colombia hoy cuenta con un marco jurídico que reconoce los derechos de las mujeres víctimas y con una serie de autos proferidos por la Corte Constitucional, que son instrumentos fundamentales en la búsqueda de la garantía de los derechos, pues reconocen el impacto desproporcionado, en términos cuantitativos y cualitativos, del conflicto armado interno y del desplazamiento forzado sobre las mujeres colombianas. En el ámbito de la prevención del desplazamiento forzoso, la Corte Constitucional ha identificado los Riesgos de Género, es decir, los factores de vulnerabilidad específicos a los que están expuestas las mujeres por causa de su condición femenina en el marco de la confrontación armada interna colombiana, que no son compartidos por los hombres, y que explican en su conjunto el impacto desproporcionado del desplazamiento forzoso sobre las mujeres. 

En este marco de derechos y reconocimientos jurisprudenciales, el Distrito Capital busca superar, de la mano con las mujeres víctimas del conflicto armado y con acciones concretas y acciones afirmativas, los rasgos de discriminación profundamente arraigados en la sociedad colombiana y construir una ciudad más justa, incluyente y amorosa.

Rompecabezas de la Memoria: aportes a Comisiones de la Verdad.

Rompecabezas de la Memoria, Aportes a Comisiones de la Verdad

La historia de las guerras y conflictos armados en Colombia se ha venido contando a retazos. En cada periodo del largo ciclo iniciado en los años cuarenta, le ha llegado el momento a informes, relatos y novelas, que hacen ya una larga lista en las bibliotecas que casi nadie lee. Por estos días, de nuevo hay una efervescencia de conversaciones y estudios que quieren aportar a la comprensión de lo que ha sucedido en setenta años de violencias, con investigaciones o informes de casos, de momentos especiales o de procesos de larga duración. Parece que le ha llegado otro turno a la memoria y a la verdad histórica. 

Un capítulo especial de ese ejercicio de reconstrucción histórica, o de inventario de desastres, lo han ocupado los informes de comisiones de estudio convocadas por los gobiernos, junto con esfuerzos sobresalientes de documentación, realizados desde centros no estatales de pensamiento y distintas ONG. 

La revisión de esos informes trae muchas sorpresas sobre el lugar marginal que en las políticas oficiales ha tenido la memoria histórica en todas estas décadas de violencias y conflictos armados. De este recorrido se ocupa esta publicación, recogiendo algunas reflexiones y documentos aportados en eventos realizados en el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación en su proceso de construcción. El repaso se realizó con fines pedagógicos y en la búsqueda de un norte para la acción del Centro en su fase inaugural. En esta compilación, se llega hasta la efervescencia de las memorias en la última década, que contrasta con lo ocurrido en los cincuenta años anteriores. 

Primero fue la omisión oficial. Después de las dictaduras de mitad del siglo XX, se impuso el silencio del Frente Nacional: el pacto bipartidista, orientado 6 Rompecabezas de la memoria ¿Aportes a una comisión de la verdad? Por el documento elaborado por Laureano Gómez y Alberto Lleras Camargo, incluyó la idea de dejar en el olvido lo sucedido entre 1948 y 1958. De manera tímida le cargan culpas al gobierno “tiránico” del General Gustavo Rojas Pinilla, y el resto de la historia queda cubierto por la tesis del “enfrentamiento fratricida” o la “violencia sectaria”. La Comisión para el estudio de las Causas de la Violencia, creada por la Junta Militar en 1958, se disolvió después de haber recorrido varias regiones, haciendo entrevistas, promoviendo pactos de cese de hostilidades y acumulando documentos. La tarea de esclarecimiento fue asumida, en 1962, por la Universidad Nacional, desde la Facultad de Sociología, creada por Orlando Fals Borda y Camilo Torres Restrepo. El grupo conformado fue apoyado por la empresa privada, y con el aporte fundamental de Monseñor Germán Guzmán, publicó los libros titulados La violencia en Colombia. El primer tomo, en 1962, y el segundo, en 1964. 

El primer informe de origen oficial se produjo en 1987 a pedido del gobierno. Se trata del documento Colombia: Violencia y Democracia, de la Comisión de Estudios sobre la Violencia, publicado por el Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional. Convocados por Gonzalo Sánchez, un destacado grupo de académicos proyectó el estado de ánimo de la sociedad y del gobierno, luego del fracaso de las negociaciones de paz y del holocausto del Palacio de Justicia, durante el gobierno de Belisario Betancur. La llamada “violentología” ocupó el primer lugar en atención y fue criticada por haber minimizado la dimensión de la crisis de Estado, del autoritarismo que había sucedido al Frente Nacional y de las guerras que se imponían sobre las lógicas de la violencia ordinaria. Lo que se destacó fue una tipología de muchas violencias y la tesis de que lo importante para el Estado era afrontar “la violencia de la calle”. Este enfoque debilitó las recomendaciones de la Comisión, que incluían puntos importantes hacia la reestructuración democrática del país y en nombre de una convocatoria a conjurar la violencia, dejó de lado la definición de políticas de paz. 

El enfoque de la academia y de las políticas públicas hacia las dimensiones de la violencia, le cedió el campo de la memoria a las acciones de resistencia en defensa de los derechos humanos, en el periodo más crítico de guerra y terror de la historia de Colombia, entre 1985 y 2005. La síntesis de esas memorias de resistencia es el informe Colombia Nunca Más, que responsabiliza al Estado por el paramilitarismo, las graves violaciones a los derechos humanos y a las normas del Derecho Internacional Humanitario.

Al lado de ese informe, elaborado en una alianza de 17 organizaciones defensoras de derechos humanos, hoy avanzan procesos de “memoria viva”, como los encabezados por Reiniciar y las víctimas del genocidio en contra de la Unión Patriótica, la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz y sus comunidades eclesiales de base; la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (Asfaddes), el Comité Permanente de Defensa de los Derechos Humanos, Cinep, Comisión Colombiana de Juristas, Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo, Asociación Minga, Ruta Pacífica de las Mujeres, Casa de la Mujer y colectivos de diversas partes del país. 

Los acuerdos de paz entre el gobierno y algunas guerrillas, entre 1989 y 1993, no le dieron importancia a la memoria, ni a la verdad histórica. La excepción fue el informe Pacificar la Paz, que siguió a la desmovilización del EPL y el Quintín Lame, el cual ha pasado desapercibido, no obstante la documentación y recomendaciones que hacen sus autores bajo la coordinación de Alejandro Reyes Posada.

 Hasta 2012, la política oficial fue la desmemoria sobre el conflicto armado, sus determinantes y consecuencias. Durante la primera década del siglo XXI, se estableció como verdad oficial la negación de la existencia del conflicto armado interno y de crisis humanitaria o violaciones a las normas del Derecho Internacional Humanitario. Por ley, se definió que en Colombia solo se podía hablar de violencia de grupos armados ilegales y, en ningún caso, de responsabilidades del Estado. A pesar de esta política pública, se abrieron paso iniciativas como el Grupo de Memoria Histórica y el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación. 

En el recorrido por los informes sobre la violencia y los conflictos armados en Colombia, tal como se ilustra en esta compilación, se constata que la apertura a la memoria y a la verdad histórica ocurre en el país desde las organizaciones de víctimas y de defensa de los derechos humanos. En los últimos años, y en medio del conflicto, se registra un movimiento de conciencia a todos los niveles, con centenares de iniciativas locales, en las cuales se destaca el papel de las mujeres, de los jóvenes y de los centros académicos. Esa emergencia de la memoria y la verdad históricas, como fuerza transformadora, está impactando también las políticas públicas, iniciativas institucionales y las leyes de reconocimiento de los derechos de las víctimas. Así se muestra en el informe de la Comisión de la Verdad sobre los hechos del Palacio de Justicia, presentado en 2010, y de manera 8 Rompecabezas de la memoria ¿Aportes a una comisión de la verdad? especial en los documentos del Centro Nacional de Memoria Histórica, que tienen su primera gran síntesis en el informe ¡Basta Ya! Colombia: Memorias de Guerra y Dignidad, publicado en julio de 2013. 

En todas estas décadas, los silencios y olvidos de la memoria se han explicado por las condiciones que impone la guerra y los conflictos armados en el ámbito de la verdad; por la guerra de memorias como otra forma de la misma guerra. Pero también, la emergencia de las memorias de resistencia y del reto de hacer memoria histórica como instrumento de paz, son leídos como signos de un nuevo tiempo y oportunidad de otro futuro.

Detrás del espejo: retos de la Comisión de la Verdad

Detrás del Espejo, Retos de la Comisión de la Verdad

Luego de una noche de pesadillas, cuando se miró al espejo esa mañana, descubrió que en sus pupilas se escondía la alegría inocente de la ya lejana infancia; en sus labios percibió la presencia de los amores, algunos efímeros, y otros prolongados, y en cada pliegue de su rostro leyó las huellas de crueles experiencias. Vio que su vida era una mezcla de mezquindad y altruismo: vividos en proporciones diversas, según las circunstancias. Pero sobre todo, encontró que no era lo que otros decían y menos lo que por mucho tiempo creyó de sí. Esta experiencia matinal fue su hora de la verdad. 

Las naciones tienen también su hora de la verdad. Las catástrofes, las invasiones, las endemias son momentos en los que ven su rostro y descubren sus virtudes y defectos. Saben entonces de lo que son capaces y se plantean los desafíos que se derivan del conocimiento de sí mismas. 

Nuestro país está a las puertas de una hora de la verdad. Luego de más de medio siglo de un ciclo de confrontaciones que parecía no tener término, la paz parece estar cerca y el día no esté lejano, como escribió el poeta. Empezaremos a ver la verdad de nuestros conflictos, las razones y sinrazones de nuestros procederes, las repercusiones de nuestras acciones. Sin duda, es un periodo de autorreconocimiento, de saber, sin miramientos, lo que somos y de otear con esperanza lo que podemos llegar a ser. 

Parte significativa de este proceso son las comisiones de la verdad, las cuales son oportunidades para elaborar socialmente los conflictos, para descubrir como en una experiencia matinal la verdad de nuestro rostro. Quien pretenda hacerlas garrote para la vindicta o instrumento para otros propósitos subalternos, convierte en farsa lo que debiera ser un ejercicio para la autoconciencia. Y con ello, no solo las desvirtúa, sino que desvía su sentido profundo, reduciéndolas al tamaño de los rencores. 

La vida en sociedad deja de ser la existencia del hormiguero, cuando la agregación humana de que se trate pugna por realizar el concepto que de sí misma ha construido. Son los fines, los valores, el rumbo que a partir de las experiencias históricamente significativas ha podido definir. Esto que Hegel llamaba la eticidad, se torna razón de ser del vínculo social, fundamento del destino compartido que en su pleno desarrollo puede derivar en derecho, en norma constitucional, en instituciones al servicio de estos fines, en cultura política. La comunidad nacional, a través del Estado como instrumento, realizaría el concepto que de sí ha elaborado. 

En nuestra opinión, este es el significado trascendente de las comisiones de la verdad. Encuadradas en la voluntad de superar un periodo traumático en el transcurrir de un pueblo, a veces como producto de un compromiso entre las partes enfrentadas, estas comisiones apuntan a redireccionar el rumbo de las sociedades por la vía de la elaboración de los traumatismos que han padecido por causa de dictaduras, guerras civiles, conflictos internacionales, entre otras posibilidades. 

La verdad es concreta, se ha dicho. No es una entelequia abstracta sin determinaciones históricas. La verdad es siempre incompleta y en plan de satisfacer su vocación de complejidad. A estas limitaciones están sometidas, sin evasión posible, las comisiones de la verdad, algo que no debieran olvidar quienes pretenden guiarse por razones absolutas, porque con ello las elevan a condiciones imposibles para que la sociedad supere de manera constructiva periodos como el que Colombia está a punto de cerrar. 

Nuestro país surgió presa de una contradicción hasta hoy no superada a la vida independiente en los marcos del ideal del Estado moderno, pero en realidad carecía de una comunidad nacional que le sirviera de fundamento. No podía existir unidad de destino si los componentes de los llamados a ser parte de dicha comunidad se contraponían como bárbaros y civilizados, y si estos últimos solo podían mantener la supremacía a condición de que en la sociedad persistieran la asimetría y la exclusión. La civilización y la barbarie pueden llegar a ser dos órdenes inconmensurables, solo que en este caso no serían dos conceptos contrapuestos, sino dos conjuntos humanos que compartiendo un mismo espacio sociotemporal viven el antagonismo total de “me llevarlo me lo llevo yo” como canta el juglar vallenato. Por ello, de la violencia permanente que surge de este enfrentamiento se pasa a las guerras, guerrillas y dictaduras recurrentes que hemos vivido. 

En nuestro caso, la violencia ha acabado en rasgo medular de la sociedad colombiana: ella da poder económico y político, prestigio e influjo social, que a su vez genera más violencia porque esta es el medio para acrecer lo conquistado. Algo que se practica desde el Estado, el paraestado y el contraestado, por los ricos y por los que están en plan de enriquecerse y para lo cual hasta la misma insurgencia acaba siendo funcional. A esclarecer esta lógica perversa, en sus variadas modalidades, debiera servir una comisión de la verdad, pues no es otra la verdad profunda de nuestros conflictos. Es el camino para reencontrar los ideales primordiales de nuestra nación y que están anclados en nuestra condición de colombianos desde la lucha por construir una nación independiente, por conquistar una sociedad de libres e iguales, que reconozca la diversidad como su mayor riqueza y que esté llamada a garantizar el pleno desarrollo de todas y todos sin excluir a nadie de este destino. 

A este fin debiera servir una comisión de la verdad en nuestro país y a ello están orientados los trabajos que recoge este libro, que hoy el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación entrega para el estudio y la acción. Buen provecho, como solemos decir cuando compartimos un buen plato.

Bogotá Ciudad Memoria

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Este libro es otra mirada a la historia, desde los espacios públicos que son huellas latentes y que transforman a Bogotá en un gran mapa que refleja toda la violencia política nacional, así como las luchas sociales y las grandes apuestas por la paz. Es un libro que nos recuerda a personas que fueron silenciadas y a sueños que siguen esperando su momento.

El país, como esos muros que bajo muchas capas de pintura guardan mensajes e historias olvidadas, parece solamente atender al último
suceso, para cobijarse en la desmemoria. En esos muros hay una especie de almanaque de otros días que no pocas veces da cuenta de crímenes y vejámenes, de hechos soslayados o sepultados en los diarios, pero que hay que descascarar para encontrarlos.

Así sucede en este libro, ocurre que nuestra historia oficial –podemos repetirlo una y otra vez como un mantra por ser una verdad ineludible–, está contada más que por la punta del lápiz por el lado del borrador. En buena parte, el miedo generado como herramienta de amedrentamiento también conduce a provocar el olvido, a asordinar la verdad o a conculcarla.

Nos movemos entre un pasado hipotético y un olvido que nos lleva a vivir en la periferia del otro, en la indiferencia por lo que nos ocurre al cobijo de una ceguera histórica, de una ceguera impuesta. “La historia es el reverso del traje de los amos”, decía René Char, un poeta de la resistencia francesa que se negaba a la desmemoria y a los pases hipnóticos del olvido.

Este libro es la mirada desde el otro extremo del catalejo, no del lado que aleja los sucesos sino del que los acerca. Es, como todo lo que quiere hacer luz sobre la historia, el reverso del traje que otros nos han hecho a su antojo, a su gusto y sus medidas.

Para lograrlo, para avivar la memoria, los autores de esta obra necesaria han armado una suerte de rompecabezas, de mapas fragmentados de nuestra violencia, una especie de geopatía, de enfermedad, del paisaje que se puede señalar en los lugares donde han caído, víctimas del odio, desde notables hombres públicos hasta incontables e inolvidables desconocidos. Nadie es un N. N. para su núcleo familiar, a nadie le asignan el nombre del vacío.

Un mapa así, que más que geográfico es social, puede abarcar desde Jorge Eliécer Gaitán hasta el muchacho anarquista muerto por balas oficiales en una calle que antaño tuvo el nombre ostentoso de Real, una arteria de la ciudad que cuenta en un ábaco de luto una legión de muertos. Es una calle –allí también asesinaron a Rafael Uribe Uribe–, que desde el trasunto de la violencia tiene los visos de una calle Irreal.

El libro refuerza la generación, como lo hace de manera extraordinaria, el Centro Memoria, Paz y 10 Bogotá, ciudad, memoria, Reconciliación, de una conciencia colectiva sobre las víctimas de la ya larga encrucijada histórica que vivimos como Nación.

Una encrucijada que nos hace decir, con dolorosa ironía, que en Colombia la guerra siempre viene después de la posguerra, pero también que proyectos como este ayudan a darle el punto final a esta larga situación enajenada y cruenta.

Memoria, paz y reconciliación es el trípode en el que se monta una obra que no es privativamente el cuadro clínico de los colombianos como conglomerado social en el marco de la violencia, sino también un reconocimiento a las víctimas y a sus familiares, que también lo son.

Memorias para la democracia y la paz: veinte años de la constitución política de colombia

El Centro de Memoria, Paz y Reconciliación definió como una de sus líneas de acción en 2011 el acompañamiento a los actos de memoria de los veinte años de la realización de la Asamblea Nacional Constituyente, y de la aprobación de la Constitución Política de Colombia. La Asamblea Nacional Constituyente de 1991 fue un hito en la historia del siglo xx, en la búsqueda de la institucionalidad necesaria para superar cincuenta años de ciclos de violencia y conflictos armados. Con la aprobación de la nueva Constitución se formalizó un pacto de sociedad para construir un Estado Social de Derecho que permitiera tramitar pacíficamente los conflictos sociales y políticos. Después de décadas de violencias generalizadas y de crisis del régimen político heredado del Frente Nacional, convergen varios procesos de búsqueda de alternativas por el camino de la ampliación de la democracia representativa y la exploración en la democracia participativa.

Luego de veinte años vuelven a formularse interrogantes sobre el significado y las repercusiones del cambio institucional iniciado en 1991. ¿Cuáles fueron los retos que asumió la Constituyente? ¿Cuáles las circunstancias que le dieron origen y el contenido del Estado Social de Derecho que se instituyó? ¿Se estableció una nueva forma de democracia, la democracia participativa? ¿La continuidad y ampliación de la violencia y de los conflictos armados en las últimas dos décadas, indican que fracasó como pacto de paz? ¿Los fenómenos de corrupción, paramilitarismo y parapolítica han desbordado a la Constitución? ¿Las treinta y cuatro reformas constitucionales aprobadas y el acervo legislativo han desvirtuado los contenidos y propósitos de las Memorias para la democracia y la paz: veinte años de la Constitución Política de Colombia 14| constituyente de 1991? ¿Avanzamos a un Estado más democrático o se involuciona a modalidades del autoritarismo? ¿Qué queda de la Constitución Verde y de los derechos humanos? 

Muchos de esos interrogantes son abordados en los textos compilados en este libro y que han sido aportados por protagonistas del proceso constituyente, o del seguimiento académico o político a los cambios institucionales inaugurados con la aprobación de la Constitución Política de Colombia el 4 de julio de 1991. 

En la conmemoración de los veinte años de la Asamblea Nacional Constituyente, el Centro de Memoria Paz y Reconciliación del Distrito Capital se unió a una alianza social e interinstitucional, y contribuyó a la construcción de espacios de diálogo que aportan a la reconstrucción histórica de la búsqueda de la democracia y la paz en Colombia. La agenda de la alianza social interinstitucional para la conmemoración de veinte años de la Constitución incluyó, a lo largo del año 2011 foros, conferencias, actos protocolarios, definición de placas conmemorativas e intercambios con los gestores de procesos constitucionales en países de la Región Andina.

Las luchas por la memoria

En las democracias latinoamericanas las luchas por la memoria apenas inician una vez superada la coyuntura de regímenes políticos autoritarios marcados por la presencia de la “bota militar”, entre las décadas del setenta y ochenta del siglo XX, particularmente, en las democracias del cono sur como las de Chile, Argentina, Brasil y Paraguay o en países como los nuestros caracterizados por democracias inestables y convulsionadas. De tal manera, la memoria de los colectivos se convierte en un elemento de tensión y de continua lucha contra la historia oficial y la verdad impuesta por un Estado que quiere decretar perdones y olvidos, amnistías y amnesias colectivas que violentan el derecho a la verdad, la justicia y la reparación de los más débiles. 

El olvido y el perdón suelen ser temas relacionados en el escenario de lo público cuando se toca el tema de la memoria y se reivindica la imposibilidad del olvido en el plano tanto individual como colectivo. En este sentido, la memoria individual y la memoria colectiva viven un continuo conflicto político frente a la historia oficial, cuando ésta quiere ocultar crímenes de Estado y delitos de lesa humanidad. Esta lucha política trae como consecuencia la imposibilidad del olvido, la cual, a su vez, tiene un antecedente directo en la discusión desarrollada por los sicoanalíticas y los fenomenólogos. El derecho del olvido, tanto individual como colectivo, cuando se trata de recuerdos desagradables de la experiencia vivida, choca en ocasiones contra el olvido impuesto. En consecuencia, encontramos la amnistía, que como derecho de gracia y como residuo del derecho divino medieval, es un privilegio de regalía que sólo se pone en práctica periódicamente, según la voluntad del jefe de Estado. La amnistía como olvido institucional, guarda una proximidad foné- * Profesor e investigador. Universidad Distrital Francisco José de Caldas Las luchas por la Memoria 16 tica y semántica con la palabra amnesia, aspecto que señala un pacto secreto con la negación de memoria que aleja la verdad del perdón después de haber propuesto su simulación. 

La lucha por la memoria, la imposibilidad del olvido y la verdad jurídica, en términos sociales, compromete a un alto porcentaje de la nación cuando de delitos de lesa humanidad se trata. Para Tzvetan Todorov (Los abusos de la memoria, 1995), a lo largo del siglo XX, debido a que los regímenes totalitarios concibieron el control de la información como una prioridad, se mancilló la memoria y se abusó de ella, lo que trajo como consecuencia una abierta lucha entre la nación y el Estado por el control de la memoria, la oficialización del olvido y la imposición de la verdad jurídica. En este sentido, frente a la experiencia de la segunda guerra mundial anota que “informar al mundo sobre los campos de concentración es la mejor manera de combatirlos; lograr ese objetivo no tiene precio” (Todorov, 1995: 13). Los regímenes totalitarios y militares cuentan con una carga emocional implícita para quienes los han vivido, lo que trae como consecuencia un derecho al olvido propio o una tensión al recuerdo. Por ende, la memoria no se opone en absoluto al olvido. Los dos términos para contrastar son la supresión (el olvido) y la conservación; la memoria, es en todo momento, y necesariamente, una interacción de ambos. De ahí que, para Torodov, la recuperación del pasado es indispensable, lo cual no significa que el pasado deba regir el presente, sino que, al contrario, éste hará del pasado el uso que prefiera.