Por María Flórez, equipo del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación y Rodrigo Torrejano Jiménez, investigador de Archivos del Búho y Corporación de Estudios Sociales y Culturales de la Memoria
Fue en medio de una fiesta familiar de los Silva, cuando Ricker, ya cercano a los 40 años, por fin hizo la pregunta que lo intrigaba desde niño: “¿Por qué ustedes, cuando hablan de sus historias, nunca cuentan anécdotas de Patricio? A mí sí me gustaría conocer a mi tío, y me gustaría grabar”. Ricker sacó su celular y empezó a registrar la primera conversación sobre Patricio Silva Ruales que tenía su familia en más de 40 años. Eran los primeros recuerdos que se contaban públicamente sobre “el tío Pato”.
La búsqueda de respuestas llevaba muchos años. Empezó en la cocina del apartamento donde Ricker vivía de niño con su familia. Allí, su mamá le contó cómo había conocido a su papá, Raimundo Silva: Se presentaron en la Universidad Libre de Bogotá, sobre el cuerpo sin vida de su tío Patricio, un joven estudiante de la Universidad Nacional (UN) que acababa de ser asesinado por un agente de la policía militar. Ocurrió a finales de mayo de 1978.
En ese entonces, la mamá de Ricker era una estudiante universitaria que llegaba a la Libre para corroborar la noticia del asesinato de su amigo Patricio. Su papá era un joven empleado bancario que hacía gestiones para que la Policía le permitiera enterrar a su hermano. Era un momento de alta tensión, porque grupos de estudiantes se habían atrincherado en la Libre y habían retenido al Rector para impedir que la Policía se llevara el cuerpo sin vida de Patricio, que ellos mismos habían trasladado desde el hospital hasta la Universidad. Las fotos de la prensa de la época muestran las afueras de la Libre como un auténtico campo de batalla.
Aparte de la historia que le contó su mamá, Ricker no había escuchado a nadie más de su familia hablar sobre el tema, aunque todos seguían recordando silenciosamente a su tío. El dolor había impuesto un pesado silencio sobre la vida y la muerte de Patricio, que continuó alimentando sus preguntas: “Yo sentía una curiosidad por mi tío, como que mi tío tenía que ser alguien muy chévere; estudiaba en la Nacional, se preocupaba por el país, lo terminaron matando. Yo creo que esa necesidad de conocerlo era porque nadie nunca hablaba de mi tío y, además, yo pensaba que era alguien del que todos deberíamos estar hablando: de mi tío Patricio, el que mató la policía militar en la Nacional”.
Ricker empezó entonces a buscar otras voces que lo ayudaran a conocer a su tío. Buscó su nombre en Google, donde encontró un corto y descarnado texto sobre el asesinato. También encontró un fragmento de un libro en el que el personaje de un estudiante mencionaba en su discurso a “Patricio Silva”. En Twitter, les preguntó a los usuarios que habían mencionado ese nombre si conocían a su tío, el joven estudiante de Química Farmacéutica asesinado en la Nacional en mayo del 78. Pero nadie le daba razón.
Entonces, después de una pausa en la búsqueda, empezó a contactar personas que podrían responder una pregunta importante sobre la vida de Patricio: si él había militado en alguna organización política o estudiantil. En la memoria de su madre habitaba una escena del sepelio que no se ha podido corroborar por otros medios, que apunta a que Patricio era parte de una de las más relevantes organizaciones políticas de la época, algo de lo que el resto de la familia no tiene noticia.
A finales de 2016, en una de las marchas en respaldo al proceso de paz, Ricker consiguió hablarle a un dirigente de izquierda para preguntarle si conocía a su tío. También contactó, sin resultados, a una reconocida investigadora de la flora y la fauna de la Amazonía, que había sido amiga de su tío y de su mamá. Tiempo después le escribió a un analista del conflicto, que le prometió contactarlo con militantes de esa organización de finales de los 70: “Nos vimos en uno de esos restaurantes típicos, viejísimos, del centro, y hablamos. Quedamos en una cosa que nunca pasó, y es que, si en algún momento se reunía gente de esa época, él me invitaba. Pero me dijo: ‘Sobre todo, tienes que escribir esa historia’”.
Pero a Ricker no se le da fácil escribir, y la inquietud por su tío le seguía rondando la cabeza. Las preguntas empezaron a resolverse esa noche de la fiesta familiar, cuando se contaron en voz alta algunos recuerdos de la infancia y la adolescencia de Patricio, que tenía solo 19 años cuando fue asesinado. Esas primeras palabras empezaron a alimentar un proyecto que Ricker tenía en mente y que le comunicó esa misma noche a su familia: quería producir un pódcast sobre la historia de su tío, junto a la productora La No Ficción.
El pódcast, que se titula “El amor después de Patricio” (2020) y que puede escucharse aquí, cuenta en detalle la contienda que libraron estudiantes y policías por el cuerpo de Patricio, los esfuerzos por realizar el entierro, la impunidad en que se encuentra el caso y los impactos que el crimen causó en la familia. Entre ellos, que un sobrino fuera bautizado Patricio Javier y que los papás de Ricker se hubieran conocido en las condiciones en que lo hicieron.
La producción del pódcast le permitió a Ricker hablar por primera vez con su padre sobre lo que había pasado con su tío y escuchar relatos familiares que habían permanecido en la penumbra, algunos de los cuales no alcanzaron a incorporarse en el pódcast. Entre ellos, este que le contó su tía Geraldine, que era solo una niña cuando mataron a su hermano: “Ella cuenta que hasta que cumplió 15 años estuvo todo el tiempo esperando que él volviera. Porque ella escuchaba en noticias que a los estudiantes los desaparecían y que no se sabía dónde estaban. Y ella no estuvo en el entierro, nunca vio a mi tío muerto… Muchos años después, asimiló que le habían matado a su hermano”.
El proceso le permitió a Ricker, un sobrino no siempre presente, comprender a su familia paterna y abrir un espacio de conversación: “Fue algo terapéutico, realmente. Yo creo que ellos necesitaban contar la historia, necesitaban decir que les dolió, necesitaban esa oportunidad. Y a mí eso me sirvió para conocerlos, para entender muchas cosas”.
A la par del camino avanzado por Ricker, Geraldine se reencontró con la historia de su hermano en 2019, durante la Semana de la Memoria Universitaria de la UN, convocada por Archivos del Búho. El 9 de mayo de ese año se realizó un homenaje al también estudiante Jesús “Chucho” León mediante un recorrido de memoria que inició en la animita del estudiante Hugo López Barrera, en inmediaciones de la entrada de la calle 26; se dirigió hacia el monumento la Amérika, en el jardín de Freud; y continuó su marcha hacia el edificio de Física, Estadística y Matemáticas, a una placa instalada muchos años atrás en homenaje a Patricio.
Allí estaba programada una reflexión sobre lo ocurrido el 16 de mayo de 1984 en la Universidad, en voz de una de sus sobrevivientes: Patricia Jiménez. El relato prosiguió a un poema de “Chucho” Peña. Cuando se mencionó el nombre de Patricio, Luis Higuera, que estudió ingeniería en la UN a finales de los 70, relató lo ocurrido en ese lugar el 30 de mayo de 1978: “Yo estuve aquí el día en que mataron al compañero, estaba tomando clases y vi cómo la policía lo asesinó”. La historia continuó su marcha y se convirtió en un texto transcrito de afán y enviado mediante una cadena de WhatsApp por uno de los asistentes, que llegó a manos de Geraldine.
El 16 de mayo de 2019, el relato de Luis Higuera se repetiría en el auditorio Camilo Torres del edificio de Sociología para ser escuchado en vivo y en directo por Geraldine, quien se acercó ese día a buscar a las personas que seguían recordando a su hermano. Allí inició un proceso de relacionamiento entre Archivos del Búho y la familia de Patricio. El caso fue incluido en la Cartografía de la Memoria del Movimiento Estudiantil.
Mayo del 78 en contexto
Los Silva son una familia ipialeña que, entre 1969 y 1977, se fue asentando de a pocos en Bogotá. Detrás de Raimundo, el hermano mayor que llegó a la ciudad para empezar sus estudios universitarios, fueron llegando los demás.
Patricio, el tercero de los hijos, fue de los últimos en viajar. Raimundo y Geraldine recuerdan que era guapo, carismático y tierno. Tenía el cabello claro, ondulado, y le gustaba estar a la moda. También era muy unido a su familia, como cuenta Geraldine: “Era todo lindo. Muy especial con nosotros, por lo menos con los menores, nos consentía mucho. Estaba pendiente, nos ayudaba. Él fue el que empezó a hacer las reuniones de la familia, para hablar de lo que nos pasaba durante la semana. Me acuerdo que nos sentábamos en una cama y todos hablábamos de la escuela, del colegio, de la universidad”.
Geraldine dice que, tal vez por su interés en la gente, Patricio quería estudiar Medicina en la Universidad Nacional. Pero, como era difícil pasar a esa carrera, inició su formación académica en la INCA y luego se presentó a Química Farmacéutica en la UN con la intención de solicitar traslado algún tiempo después.
Por esos meses, Patricio y Raimundo asistían a marchas, se interesaban en la política nacional y conocían las distintas tendencias políticas que hacían vida en la Universidad. Juntos participaron con curiosidad del Paro Cívico del 77, la movilización más grande de la década. Además de querer ser médico para ayudar a otros, Patricio se inquietaba por la realidad del país e intentaba estar presente en las movilizaciones.
El 78 fue un año de tensiones para el país. La convocatoria a elecciones en febrero para elegir el legislativo y las presidenciales de junio, acompañadas por la larga lista de decretos de excepcionalidad firmados por el gobierno de Alfonso López Michelsen, habían puesto en el centro de la atención a las acciones de organización y movilización social: las huelgas, los sindicatos, los tumultos o entrabamientos de trabajadores o estudiantes estaban prohibidos por decreto. Además, el gobierno liberal había firmado un decreto de exoneración de responsabilidad penal para los miembros de la Fuerza Pública que cometieran “delitos en desarrollo de operaciones de prevención y represión de los actos de secuestro, extorsión y tráfico de estupefacientes”, como documentó en este libro el jurista Gustavo Gallón.
En ese contexto, el movimiento estudiantil convocó jornadas de movilización anti-electoral en todo el país para mayo de 1978, previas a las elecciones presidenciales en las que finalmente resultó electo Julio Cesar Turbay. En varias ciudades se reportaron personas heridas y asesinadas.
El campus de la UN en Bogotá no fue la excepción. Para el 30 de mayo, un grupo de estudiantes organizó un foro abstencionista, que terminó en enfrentamientos con la Policía en inmediaciones de la calle 26, según reseñó Voz Proletaria. Tras la pedrea, la policía militar ingresó al campus, se dirigió hacia la Plaza Che y, desde allí, a la intersección de los edificios de Artes y Arquitectura.
En medio de la avanzada militar fue asesinado Patricio, que salía de un examen de matemáticas en el edificio 404. Además, resultó herido, en la plazoleta del viejo edificio de ingeniería, el también estudiante Efraín Gutiérrez. El periódico El Bogotano informó que otros cuatro estudiantes resultaron heridos, pero no hay registro de sus nombres. Lo que siguió después está contado detalladamente en el pódcast que realizaron Ricker y La No Ficción.
La ausencia de alternativas políticas en el escenario electoral se tradujo en un abstencionismo de cerca del 70 por ciento para las jornadas de febrero y del 60 por ciento para las presidenciales de junio, de acuerdo con Gallón. Este abstencionismo estuvo impulsado por un fuerte escenario de rechazo generalizado a la “farsa electoral” promovido por sectores estudiantiles, principalmente. El carácter de la represión y el aumento de la beligerancia estudiantil conllevó a que el rector Emilio Aljure decidiera cerrar el campus de la UN a través de la instalación de la malla perimetral, como consta en esta tesis. Los estudiantes realizaron acciones permanentes de boicot a la obra.
El adiós y las memorias
El 31 de mayo de 1978, el ataúd de Patricio fue llevado en marcha por estudiantes y familiares desde la Universidad Libre hasta el Cementerio Central. Acompañaron la procesión el recién liberado Rector de la Libre, policías de civil y periodistas conminados a asistir por solicitud de los estudiantes como “garantía” ante eventuales ataques de la Fuerza Pública.
Bajo una “pertinaz lluvia”, la marcha inició por la calle octava hacia la carrera séptima, se dirigió a la Avenida Jiménez con calle décima y continuó hacia el norte de la ciudad. Raimundo recuerda ese momento con profunda nostalgia: “Tengo una imagen caminando por la décima, llegamos hasta la calle 24, caminando de La Libre en dirección norte. Y al dar la vuelta en la 24, para coger para el cementerio, miro para atrás y hasta donde mis ojos alcanzaban había gente. Yo alcanzaba a ver hasta la Jiménez y eso me dio mucha… fuerza. En el momento del entierro, a cada uno nos dan unas flores, que se las ponemos a él, y suena de fondo La Internacional… la tengo aquí… Muy lindo”.
Una vez terminado el sepelio, grupos de estudiantes se organizaron en los alrededores del cementerio Central y se enfrentaron a la Fuerza Pública. En la noche se reportaron más de 30 detenidos, según el semanario Voz.
El asesinato de Patricio tuvo efectos en todo el país. Se convocaron movilizaciones y se hicieron comunicados rechazando el crimen, como registró la prensa. Voz Proletaria informó: “La mayoría de las organizaciones estudiantiles del país, prácticamente la totalidad de los sindicatos que agrupan a profesores de secundaria y universitarios, lo mismo que numerosas organizaciones sindicales y populares, entre quienes se destacan la Juventud y el Partido Comunista, la coalición UNO-ANAPO-MIL-URS y otras, han condenado el asesinato a manos de unidades de la policía, del joven estudiante Patricio Silva, en predios de la Universidad Nacional”.
El primero de junio de 1978, el periódico El Tiempo reportó marchas y enfrentamientos de estudiantes con la Policía en Cali, Barranquilla, Tunja y Palmira, todos ellos motivados por el asesinato de Patricio Silva Ruales, Alejandro Moreno Pamplona y Horacio Díaz. Más de cuatro décadas después, luego de que Ricker publicará el pódcast, un antiguo estudiante de la Nacional le contó que también se había creado el Grupo de Estudios Políticos Patricio Javier Silva.
Actualmente, en la Nacional existen dos placas en el lugar donde Patricio fue asesinado. La primera de ellas fue instalada el 20 de agosto de 1978 por la colonia de estudiantes ipialeños residentes de la UN. La segunda, que se presume que fue instalada poco tiempo después, incluye el siguiente texto: “Caído combatiendo la farza electoral (sic). Por tu muerte, ni un minuto de silencio, toda una vida de combate”. Según Raimundo, esta consigna acompañó la marcha hacia el cementerio. Estos lugares hacen parte de un proyecto en curso para elaborar una cartografía de la memoria del campus de la UN.
Aunque con estas y otras acciones, el movimiento estudiantil siguió recordando a Patricio, en la familia Silva se instaló durante décadas un silencio protector. Así lo explica Geraldine: “Nunca lo hicimos (recordarlo en familia). No porque no lo tuviéramos en la mente, sino simplemente nos dolía. Cada uno vivía su dolor, cada uno a su manera, y hasta ahí. De pronto ninguno hablaba para no herir o no lastimar más, para no volver a revivir el dolor. Hasta que mi sobrino quiso saber de él…”
En el proceso de conocer a su tío, Ricker terminó contribuyendo a que las memorias individuales se hicieran colectivas. Pero aún le falta mucho por saber de Patricio: “A lo mejor, esas cosas que todavía no se saben de mi tío sea mejor tenerlas así; eso evitará que se olvide, porque todavía es una persona que podemos seguir descubriendo. Debe haber alguien por ahí que escuche todas estas cosas, que lea estos artículos, y diga: ‘Yo lo conocí’”.
Ricker señala con frecuencia que él está en este mundo por su tío Patricio, porque a partir de su muerte se conocieron sus papás. Pero hay que señalar también que la memoria de Patricio está en este mundo, en parte, por los esfuerzos de Ricker, que se atrevió a preguntar y a proponer que se hicieran públicos los recuerdos que los integrantes de la familia guardaban para sí mismos. Geraldine también ha impulsado la reconstrucción de esta historia, que se ha ido tejiendo colectivamente en los últimos años, dentro y fuera de la familia.
*Agradecemos especialmente a la familia de Patricio Silva Ruales por permitirnos conocer su historia para la realización de este artículo. Igualmente, a Paola Rodríguez, por su contribución en la preparación de este artículo.