Los Guardianes de la Memoria en Bogotá

Por: Andrea Mora y Germán Moreno / Equipo Centro de Memoria, Paz y Reconciliación.

Guardianes de la Memoria es una herramienta pedagógica para que los niños, niñas y adolescentes víctimas y afectados por el conflicto armado o por procesos migratorios fortalezcan el tejido social y la construcción de memoria y paz en la ciudad a través de diversas narrativas.

Camilo y Alejandra* vivían en el estado de Sucre, Venezuela. Su padre salió huyendo hacia Colombia en 2019 por haberse negado a participar en un hurto de enseres para ser entregados a las fuerzas militares venezolanas. En Sucre, Camilo y Alejandra tenían vivienda, comida, acceso a salud y educación, pero el asesinato de su tío en frente de su casa los hizo salir hacia Colombia bajo amenazas.   

Carmen*, junto con sus hijos Camilo y Alejandra, de 9 y 10 años, viajaron hasta la ciudad fronteriza de San Antonio del Táchira y desde allí caminaron durante siete días para llegar hasta Bucaramanga. Después, lograron conseguir un pasaje en bus hasta Barranquilla, sentados todos en el mismo puesto. “Mis hijos tuvieron que cambiar sus juguetes, sus risas y sus amigos por caminatas largas acompañadas de hambre, frío y cansancio”, relata Carmen.  

En Barranquilla su estadía fue corta al no encontrar oportunidades laborales y al enfrentarse con expresiones xenófobas, así que decidieron continuar su ruta hacia la capital del país en trayectos cortos. En Bogotá, Camilo y Alejandra se reencontraron con su padre y actualmente viven en un paga diario de la localidad de Kennedy. Muchas veces tienen una sola comida al día, no cuentan con Permiso Especial de Permanencia, ni acceso al sistema de educación, pero poco a poco se han vinculado a los espacios que hay para los niños y niñas en la ciudad.  

Al otro lado de donde residen Camilo y Alejandra, en el oriente de la capital, vive Martín* con sus tres hermanas y su madre. Llegaron a Bogotá en 2007 provenientes del municipio de Chaparral, Tolima, a causa de un desplazamiento forzado por amenazas y persecuciones que llegaron después del asesinato de su padre a manos de integrantes del Ejército. Él era líder social y presidente de una junta de acción comunal de la región. 

Martín y su familia tuvieron que iniciar de cero en Bogotá y pudieron establecerse en un paga diario de la localidad de San Cristóbal Sur.  A través de trabajos domésticos, la madre de Martín ha podido sustentar a su familia e iniciar una nueva vida mientras continúa asistiendo a las audiencias del proceso judicial que está en curso por asesinato de su esposo y denuncia las amenazas que hay contra su familia.  

Las historias de desplazamiento forzado y de migración de Camilo, Alejandra y Martín, son tan solo una muestra de las múltiples violencias que han impactado a las personas que habitan Bogotá, las cuales dan cuenta de la necesidad de continuar implementando en la ciudad estrategias integrales de reparación e inclusión. 

Uno de los escenarios donde Camilo, Alejandra y Martín han podido encontrar causas comunes es en los espacios protectores de la Fundación PLAN y de la Estrategia Atrapasueños de la Secretaría Distrital de Integración Social. En estos lugares conocieron la herramienta Guardianes de la Memoria que diseñaron el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación y la Secretaría Distrital de Integración Social, en alianza con la Fundación PLAN. Esta estrategia ha generado un espacio para jugar, experimentar, hablar y reflexionar sobre las memorias de los niños, niñas y adolescentes víctimas del conflicto armado y de la población migrante. 

Para Jose Antequera, director del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación, Guardianes de la Memoria es una estrategia para que los niños y niñas puedan entender que la memoria es algo más que conocer las tragedias que han ocurrido en nuestra historia. “Es poder construir una memoria comprometida con el presente y una memoria que sea cultivada como parte de la cultura que también en los niños y las niñas es fundamental para que al final nuestro país pueda tener la paz que merecemos”, aseguró Antequera.   

En este espacio han podido compartir sus historias de vida, sus tradiciones y aquello que más anhelan, pero también han conocido a muchos niños y niñas que, como ellos, desean vivir una infancia con derechos, feliz y protegida. “Esta es una apuesta muy importante de la pedagogía y de poder trabajar con niños y niñas en el entendimiento de una ciudad vibrante en donde las migraciones han jugado un papel esencial y en la que cada una de las personas que llegan a la ciudad en diversos momentos y por diversas razones tienen un espacio, un lugar, unos derechos por los cuales luchar y desde los cuales pueden construir un futuro”, afirmó Gustavo Quintero, vicepresidente de la Fundación PLAN.  

Camilo, Alejandra y Martín hoy son Guardianes de la Memoria. Hacen parte de los 180 niños, niñas y adolescentes en Bogotá que participan de una aventura que les permitió narrar sus memorias y, a partir de ellas, entender que la construcción de paz y de causas comunes es de todos y todas sin importar el color de piel, el acento, el lugar de procedencia. La memoria es un ejercicio que se construye con los otros y las otras para hablar de aquello que nos hace humanos y nos une. 

Es así como Guardianes de la Memoria se convierte en una herramienta que hoy se implementa en nueve localidades del distrito, con acciones simbólicas que fortalecen el tejido social y la construcción de memoria y paz. “Creemos en la importancia de construir escenarios que permitan la participación de niños, niñas y adolescentes víctimas de conflicto armado y afectados por el mismo, que se conviertan en espacios de reconocimiento de su historia de vida. A través de la pedagogía, el arte, el juego, ellos expresan emociones, sentimientos, y se apropian de sus propios derechos”, aseguró Luis Parra, subdirector para la Infancia de la Secretaría Distrital de Integración Social.  

*Todos los nombres fueron cambiados por protección. 

Los puntos claves para la construcción de paz

Por Fernanda Espinosa Moreno, equipo del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación

Se cumplen cinco años de los acuerdos de paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC-EP. Sin embargo, estamos en un escenario de posconflicto difícil y con varios riesgos, lejos de la consolidación de la paz.  

Las violencias se están recrudeciendo en algunas regiones del país. De ello es evidencia el aumento del desplazamiento forzado, de los homicidios y el asesinato de firmantes de paz y de líderes sociales. Además del incremento de las disidencias, actores armados dispersos y disputas por control territorial.  

La historiografía del siglo XX en Colombia coincide en identificar dos grandes ciclos de violencia en el país: el primero es el periodo conocido como La Violencia Bipartidista y el segundo es el ciclo que se inicia con el conflicto armado y las guerrillas contemporáneas. Entre esos dos periodos hubo un breve periodo de pacificación que el historiador Robert A. Karl ha denominado como la “paz olvidada”. Francisco Gutiérrez Sanín y otros investigadores han alertado que podríamos estar frente a la apertura de un tercer ciclo de violencia en pleno siglo XXI. Analizar la violencia en una línea de largo plazo con perspectiva histórica es fundamental para preguntarnos y caracterizar el presente. 

En esta semana de conmemoración de los cinco años del acuerdo el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación (CMPR) y El Espectador se unieron para realizar el Foro Retos y Avances para la Paz en Colombia, con el objetivo no únicamente de revisar los avances en la implementación del acuerdo, sino especialmente de plantear los retos de construcción de paz que sigue teniendo el país en un contexto de crecimiento de violencias.  En la apertura del foro, Jose Antequera, director del CMPR, señaló: “Hay temas de reflexión muy importantes en este momento que quisiéramos plantear de cara no simplemente a la implementación, sino a la situación actual que estamos viviendo en el país. Una situación trágica en muchos aspectos… implica necesariamente razones y motivos para pensar en cómo abordar el problema de la paz completa hoy en el año 2021”. En este foro se analizaron, precisamente, los temas fundamentales de la construcción de paz hoy. 

El primer panel, “Movilización por la paz”, fue moderado por Marcela Osorio, subeditora de elespectador.com, y contó con la participación de Medófilo Medina, profesor de la Universidad Nacional de Colombia, y Jose Antequera, director del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación. La reflexión de este panel inició señalando que Colombia ha vivido episodios recientes de aumento de la movilización social, un periodo de movilizaciones que se abrió hace dos años con el 21N y que tuvo un pico en el estallido social que inició en abril de 2021.  

De acuerdo con Medófilo Medina, “el estallido social es como un gran resumen no explícito sino implícito del proceso de paz. Sin la paz firmada, así sea muy golpeada, tal vez esas muchedumbres no se hubieran movido en la misma proporción, porque es distinto cuando vendían sobre el público la idea de que cualquier movimiento, y sobre todo de este carácter, era una maniobra producto de la infiltración de las FARC”.  Antequera, por su parte, señaló que el mayor éxito del Acuerdo de Paz es la apertura democrática que de facto ha producido: “Cuando se produce la movilización del 21N, ese desborde ciudadano está marcado por el hecho de que hay un efecto automático del Acuerdo de Paz que contrasta con su desastrosa implementación: la apertura democrática de facto que ha producido” La sociedad necesita vislumbrar cómo esta efervescencia social puede canalizarse hacia la construcción de paz. 

El segundo panel fue sobre “Política de drogas”, en el cual se discutió acerca de las políticas implementadas en este punto del Acuerdo y, particularmente, sobre la erradicación forzada y la aspersión aérea. Este panel contó con la participación de Pedro Arenas, cofundador de la Corporación Viso Mutop; Ernesto Samper Pizano, expresidente de Colombia; Catalina Gil Pinzón, Oficial de Programa – Programa Global de Políticas de Drogas en Open Society Foundations, y fue moderado por Élber Gutiérrez, jefe de redacción de El Espectador. 

Catalina Gil inició el panel con una evaluación general de la política de este gobierno, que se puede resumir: “En política de drogas, en el país no estamos haciendo caso a la evidencia. Causamos daño, malgastamos recursos, somos ineficientes y repetimos errores del pasado”. Pedro Arenas, por su parte, realizó un balance de la implementación del Acuerdo, específicamente en la sustitución voluntaria de cultivos: “Estamos en el quinto año de la firma del Acuerdo y un poco más del 1% del total de familias participantes del Programa Nacional Integral de Sustitución de Cultivos de Uso Ilícito ha recibido los recursos para proyectos productivos. Lamentablemente en la mayoría de lugares, con la llegada de la administración del presidente Duque, se dio un trastocamiento de la política pública establecida en el Acuerdo de Paz”. 

El expresidente Ernesto Samper Pizano señaló que, “sin duda, hoy día existe una estrecha relación entre el tema de los cultivos ilícitos, su desarrollo y el tema del conflicto armado. Se está produciendo una metástasis del conflicto nacional, que vivíamos antes de los acuerdos de La Habana en zonas estratégicamente muy importantes. En esas zonas, por ejemplo, en Nariño y Catatumbo, está el 56% de los cultivos ilícitos del país. Ustedes recordarán que los dos primeros puntos del Acuerdo eran el tema de tierras y el tema de sustitución social de cultivos y esos son exactamente los temas en los cuales hay mayor incumplimiento de los acuerdos, por eso están matando a los líderes sociales”. Una de las conclusiones de este panel es que, sin lugar a dudas, discutir la política de drogas e implementar la sustitución son fundamentales para desactivar las nuevas violencias que se avizoran. 

El tercer panel analizó la posible apertura de un “Tercer ciclo de violencia”. Este panel estuvo conformado por María Victoria Llorente, directora ejecutiva de la Fundación Ideas para la Paz; León Valencia, director de la Fundación Paz y Reconciliación; Camilo González Posso, presidente de Indepaz; y fue moderado por Fernanda Espinosa, coordinadora del Área de Gestión del Conocimiento del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación. Ante la pregunta de si realmente el país está entrando en un nuevo ciclo de guerra hubo distintas posturas, aunque se coincidió en la existencia de riesgos por el incremento de violencias. 

María Victoria Llorente puntualizó que existen zonas con actores preexistentes que se han fortalecido, unas guerras locales sin actores nacionales. “Creo que es muy temprano para hablar de un nuevo ciclo, pero sí hay unas señales de riesgo muy complicadas y la estrategia que hay para estabilizar estas zonas es muy preocupante, porque estamos en una lectura distinta confundiendo la política de seguridad con la política antinarcóticos. No se está siendo eficaz en contener el crecimiento de esta violencia”, explicó Llorente. También destacó condiciones históricas de fragilidad institucional en algunos territorios que están facilitando que este tipo de fenómenos violentos se reproduzcan.  

Por su parte, Camilo González Posso dijo que “ni por razones armadas, ni políticas, ni nacionales, ni locales, podemos decir que estamos en el inicio de una tercera guerra. Que vamos a ver dinámicas violentas sí, pero violencias de otro tipo en otras circunstancias”. Con cifras en mano, argumentó su afirmación señalando que “el reordenamiento armado es degradado y sin posibilidades de procesos de poder. Las disidencias no tienen el 25% de la fuerza que tuvieron las FARC en 2010. Su capacidad de daño, de desestabilización, no llega al 10%. No hay un reemplazo de un sujeto armado. Las disidencias no tienen futuro”. 

Para hacer frente a estas nuevas violencias, González Posso destacó: “El liderazgo de los gobiernos es fundamental para enderezar el camino. Las políticas públicas, de Estado, planes de desarrollo y de inversión están en juego”o. Por otra parte, León Valencia expresó que “después del Acuerdo de Paz quedaron unos leños prendidos: ELN, disidencias, algunas micro guerras en los territorios, la tensión con Venezuela, las grandes organizaciones del crimen organizado y una protesta social intensa. Había una oportunidad de echarles agua o gasolina a esos leños. Y el gobierno decidió echarles gasolina”. A pesar de ello, su conclusión fue más positiva destacando que “este proceso de paz vive y vivirá a pesar del gobierno. La resistencia de las comunidades, de la sociedad, de nuevos actores políticos y de la comunidad internacional es lo que de verdad nos ha impedido llegar a un tercer ciclo de violencia”. 

En las conclusiones, Humberto de la Calle, ex negociador de paz, fue enfático en señalar que no se puede pensar que el Acuerdo de paz fracasó a pesar de ciertas preocupaciones que se concentran en determinadas zonas del país: “Sí hay una consigna de destrucción de tejido social y de voces alternativas que han ido creciendo, pero eso no significa que haya fracasado el Acuerdo y que estemos ad portas de un nuevo ciclo de violencia”. 

De La Calle destacó que el Acuerdo no ha fracasado y que la paz va. “El acuerdo abrió la brecha, de manera irreversible, de una paz que estaba presa y situada en una burbuja que no correspondía a la de buena parte de los colombianos. Hoy el concepto de paz arraigó en la mentalidad, aun en medio de dificultades”. Más que un tercer ciclo de guerra, De La Calle caracteriza el actual momento como un posconflicto traumático y pedregoso: “Lo que está claro hoy es que continuar con la estrategia de plomo y glifosato no va a funcionar”. 

En este quinquenio tras la firma del Acuerdo Final de Paz con las FARC está claro que hay muchos retos aún en la construcción de paz completa. En este foro se analizaron los más importantes desafíos que tiene el país para hacerle frente a la posible apertura de un nuevo ciclo de violencias. Destacando la necesidad de que el crecimiento de la movilización social aporte a la construcción de paz; se haga tránsito a una política de drogas que permita hacer frente a las disputas por las rutas del narcotráfico, al lavado de activos, y a los desafíos de la sustitución; y de que se analicen con detenimiento las características de las nuevas violencias reconociendo las dinámicas de los actores armados que continúan. Análisis que son fundamentales para pensar el país hoy. 

Memorias en crisoles

Las vindicaciones o reivindicaciones de la memoria en escenarios de conflictos sociales y armados constituyen empresas de una amplia complejidad que no se pueden reducir tan sólo a abrirle espacios a las versiones de las víctimas. Obvio que esta es una iniciativa fundamental, pero ella se queda corta si esta apertura no está correspondida con un conjunto de medidas estructurales que permitan que efectivamente estas versiones sean parte de un proceso de restitución, de preservación o de universalización de los derechos que les fueron conculcados a las víctimas en medio del conflicto. Es entonces cuando los desafíos a la memoria se muestran en toda su magnitud: la efectiva vindicación o reivindicación de la memoria requieren la puesta en vigencia de la institucionalidad; la eficiencia de los procesos políticos, administrativos y judiciales; el cumplimiento estricto de las normativas nacionales e internacionales en materia de verdad, justicia y reparación; la apertura de las instancias de producción y reproducción simbólica para involucrar las vulneraciones como situaciones que denuncian y, al mismo tiempo, reconocen para la sociedad hechos afrentosos en su seno que no pueden volver a suceder.

Precisamente una de las iniciativas más importantes en medio de los procesos de vindicación o reivindicación de la memoria en medio de escenarios sometidos a conflictos sociales y armados tiene que ver con la sensibilización, la vinculación y el empoderamiento de las instancias de producción y reproducción simbólica, en capacidad de convertir el esfuerzo por la memoria en una empresa colectiva. No se trata de convertir a la memoria simplemente en un tema coyuntural para el sistema educativo, para las instancias que administran el patrimonio o para los medios de comunicación masiva. Se trata de una cuestión que debe hacer parte de los procesos permanentes de crítica que sostienen a estas instancias, de su reflexión sobre el cometido social de la producción simbólica y de sus posturas éticas y políticas con relación a la sociedad.

Almas Que Escriben – Vidas en medio del conflicto

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Quienes abran este libro se encontrarán con un instrumento poderoso: la historia contada, narrada por quienes han sido víctimas de la guerra, pero también por quienes hicieron parte de la confrontación armada y decidieron deponer las armas e integrarse a la vida civil.

Recordar para que no vuelva a pasar, entender lo que sucedió y no olvidar que, sin importar de dónde provenga, el dolor de cada víctima tiene la misma importancia, son los objetivos fundamentales del trabajo que realizamos en el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación. Un Centro que desde el inicio de la actual administración se ha convertido en un espacio de todos, en donde las víctimas y los distintos actores del conflicto construyen conjuntamente un mejor mañana, de la mano con la ciudadanía, la institucionalidad, los organismos internacionales y todo aquel que esté dispuesto a contribuir, escuchar al otro y trabajar conjuntamente.

Estos objetivos surgen de un análisis profundo y muchas discusiones acerca del papel que debe jugar Bogotá como ciudad capital, pero también como escenario de conflicto en donde el miedo se convirtió en elemento constitutivo de la cotidianidad de quienes residen en la ciudad. Es precisamente ante este desafío que decidimos como Centro de Memoria, Paz y Reconciliación hacer una apuesta arriesgada pero absolutamente necesaria para una ciudad que necesita encontrarse y no dividirse, ponerse metas comunes y caminar hacia una paz para todos, una paz al 100%.

La apuesta consiste principalmente en generar espacios y desarrollar procesos que permitan el encuentro, que desde lo artístico, Almas que escriben. Vidas en medio del conflicto armado, lo cultural o lo pedagógico generen el clima de confianza para que quien llegue sienta la tranquilidad de expresar sus opiniones, contar sus experiencias y manifestar sus miedos, sin que esto excluya al otro de hacer lo mismo en las mismas condiciones.

Claramente, no es una tarea fácil porque como sociedad aún nos queda camino por recorrer, aún no aprendemos a respetarnos, a escuchar y a entender que seremos mejores cuando podamos convivir, discutir sin odio y acogernos a las reglas de juego propias de un Estado de Derecho.

Quienes abran este libro se encontrarán, entonces, con ese instrumento tan poderoso que es la historia contada por quienes han sido víctimas de la guerra y también por quienes hicieron parte de la confrontación armada y decidieron deponer las armas e integrarse a la vida civil. Son narraciones personales que nos hablan desde lo más íntimo de cada uno de los escritores, y a la vez son documentos políticos que nos relatan los estragos
de la guerra en la cotidianidad de personas de los más diversos
contextos.

Pero el ejercicio de la escritura no solamente fue el vehículo para llevar estas historias invaluables a los lectores, sino una herramienta a través de la cual los autores pudieron dar nuevos significados a sus experiencias y a sus relatos. Les permitió reconocerse verdaderamente en su propia historia, y de reconocerse también en las de otros participantes, propiciando relaciones de confianza y de solidaridad que fortalecieron la experiencia para todos. Fue, por todo esto, un proceso de auténtica reparación a través de la escritura, y el resultado es este libro que contiene y transmite toda la fuerza que se vivió a lo largo de estos meses.

Después de este ejercicio en el cual los protagonistas del conflicto armado se han atrevido a mirarse a sí mismos y a contarnos lo que vieron, nuestra tarea como sociedad es vernos reflejados Almas que escriben. Vidas en medio del conflicto armado en estos relatos y hacernos responsables de nuestras propias historias. Y si llega el día en que no se hable más sobre el conflicto que ha recorrido esta ciudad y este país, y caemos en el riesgo del
olvido, estarán las voces de Almas que Escriben para recordarnos que la mejor forma de sanar es relatar lo que hemos vivido.

 

Gustavo Alberto Quintero Ardila
Alto Consejero para los Derechos de las Víctimas,
la Paz y la Reconciliación

Cuentos Mesa de Víctimas Sumapaz

Recopilación de relatos escritos por la Mesa de Víctimas de Sumapaz, localidad 20 de Bogotá, donde la belleza del páramo y sus fuentes hídricas conviven a la par con las consecuencias que ha dejado el conflicto armado colombiano en el territorio, así como los avances de la tecnificación y la explotación de recursos.

Las calles también hablan

Las calles, avenidas o plazas de Bogotá han ido llenándose de nombres de significado histórico y en los últimos tiempos de sitios que recuerdan a personas o acontecimientos ejemplares por su contribución a la paz o a la democracia. Son huellas de memoria y de rechazo a la violencia dejadas por iniciativas oficiales de reconocimiento o reparación y en muchas ocasiones sitios destacados por grupos de ciudadanos que llenan de símbolos de convivencia el espacio público.

Ese proceso social de apropiación del espacio público para la memoria le ha permitido al Centro de Memoria, Paz y Reconciliación ir construyendo con el aporte ciudadano una cartografía de Bogotá en la cual se han ubicado 74 lugares; muchos de ellos ostentan nombres de personas que han sido asesinadas en medio de la violencia política que ha marcado a Colombia en un siglo de historia: líderes políticos, defensoras de derechos humanos, sindicalistas, periodistas, estudiantes. También se han destacado lugares que recuerdan grandes eventos en la búsqueda de la paz como el Voto Nacional por la Paz en 1902, la Asamblea Constituyente de 1991, la Séptima Papeleta de 1990, el Mandato por la Paz en 1997, el plebiscito de 12 millones de firmas por el Manifiesto por la paz y la no violencia presentado por Colombia en 1998 ante las Naciones Unidas, el Centro de Memoria en el Parque de la Reconciliación, entre otros.

Al observar ese mapa de Bogotá Ciudad Memoria, la ciudad aparece marcada en todos los puntos cardinales por esos símbolos que son un llamado a las acciones comunes por la paz – que es otro nombre de la reconciliación – o a la no repetición del uso de las armas para dirimir conflictos políticos o sociales. Pero se observa en particular que como parte de la historia de la ciudad se han trazado dos rutas excepcionales que son la lectura de buena parte de la historia de violencia política y de lo que no se quiere olvidar. Una de esas rutas es el recorrido por la Carrera Séptima desde el sitio donde fue asesinado Rafael Uribe Uribe en 1914 en las gradas del Capitolio Nacional hasta la Avenida Rodrigo Lara Bonilla (calle 127) y otra por la calle 26 – Avenida Jorge Eliecer Gaitán – desde el Parque de la Independencia hasta el Aeropuerto El Dorado, Luis Carlos Galán.

Oficios de la memoria

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No es extraño que en este libro nos entregue memorias contadas por mujeres. Cada una nos presenta un relato distinto de su experiencia de vida que tiene una fractura cuando irrumpe la guerra en su casa y en los caminos de sus familiares y vecinos. Todas recorren los laberintos del desplazamiento forzado y la llegada a la ciudad para buscar una oportunidad que las libre de la angustia de haberlo perdido todo.

Bogotá Ciudad Memoria

Bogotá_Ciudad_Memoria

Este libro es otra mirada a la historia, desde los espacios públicos que son huellas latentes y que transforman a Bogotá en un gran mapa que refleja toda la violencia política nacional, así como las luchas sociales y las grandes apuestas por la paz. Es un libro que nos recuerda a personas que fueron silenciadas y a sueños que siguen esperando su momento.

El país, como esos muros que bajo muchas capas de pintura guardan mensajes e historias olvidadas, parece solamente atender al último
suceso, para cobijarse en la desmemoria. En esos muros hay una especie de almanaque de otros días que no pocas veces da cuenta de crímenes y vejámenes, de hechos soslayados o sepultados en los diarios, pero que hay que descascarar para encontrarlos.

Así sucede en este libro, ocurre que nuestra historia oficial –podemos repetirlo una y otra vez como un mantra por ser una verdad ineludible–, está contada más que por la punta del lápiz por el lado del borrador. En buena parte, el miedo generado como herramienta de amedrentamiento también conduce a provocar el olvido, a asordinar la verdad o a conculcarla.

Nos movemos entre un pasado hipotético y un olvido que nos lleva a vivir en la periferia del otro, en la indiferencia por lo que nos ocurre al cobijo de una ceguera histórica, de una ceguera impuesta. “La historia es el reverso del traje de los amos”, decía René Char, un poeta de la resistencia francesa que se negaba a la desmemoria y a los pases hipnóticos del olvido.

Este libro es la mirada desde el otro extremo del catalejo, no del lado que aleja los sucesos sino del que los acerca. Es, como todo lo que quiere hacer luz sobre la historia, el reverso del traje que otros nos han hecho a su antojo, a su gusto y sus medidas.

Para lograrlo, para avivar la memoria, los autores de esta obra necesaria han armado una suerte de rompecabezas, de mapas fragmentados de nuestra violencia, una especie de geopatía, de enfermedad, del paisaje que se puede señalar en los lugares donde han caído, víctimas del odio, desde notables hombres públicos hasta incontables e inolvidables desconocidos. Nadie es un N. N. para su núcleo familiar, a nadie le asignan el nombre del vacío.

Un mapa así, que más que geográfico es social, puede abarcar desde Jorge Eliécer Gaitán hasta el muchacho anarquista muerto por balas oficiales en una calle que antaño tuvo el nombre ostentoso de Real, una arteria de la ciudad que cuenta en un ábaco de luto una legión de muertos. Es una calle –allí también asesinaron a Rafael Uribe Uribe–, que desde el trasunto de la violencia tiene los visos de una calle Irreal.

El libro refuerza la generación, como lo hace de manera extraordinaria, el Centro Memoria, Paz y 10 Bogotá, ciudad, memoria, Reconciliación, de una conciencia colectiva sobre las víctimas de la ya larga encrucijada histórica que vivimos como Nación.

Una encrucijada que nos hace decir, con dolorosa ironía, que en Colombia la guerra siempre viene después de la posguerra, pero también que proyectos como este ayudan a darle el punto final a esta larga situación enajenada y cruenta.

Memoria, paz y reconciliación es el trípode en el que se monta una obra que no es privativamente el cuadro clínico de los colombianos como conglomerado social en el marco de la violencia, sino también un reconocimiento a las víctimas y a sus familiares, que también lo son.

Memorias para la democracia y la paz

El Centro de Memoria, Paz y Reconciliación definió como una de sus líneas de acción en 2011 el acompañamiento a los actos de memoria de los veinte años de la realización de la Asamblea Nacional Constituyente, y de la aprobación de la Constitución Política de Colombia. La Asamblea Nacional Constituyente de 1991 fue un hito en la historia del siglo xx, en la búsqueda de la institucionalidad necesaria para superar cincuenta años de ciclos de violencia y conflictos armados. Con la aprobación de la nueva Constitución se formalizó un pacto de sociedad para construir un Estado Social de Derecho que permitiera tramitar pacíficamente los conflictos sociales y políticos. Después de décadas de violencias generalizadas y de crisis del régimen político heredado del Frente Nacional, convergen varios procesos de búsqueda de alternativas por el camino de la ampliación de la democracia representativa y la exploración en la democracia participativa.

Luego de veinte años vuelven a formularse interrogantes sobre el significado y las repercusiones del cambio institucional iniciado en 1991. ¿Cuáles fueron los retos que asumió la Constituyente? ¿Cuáles las circunstancias que le dieron origen y el contenido del Estado Social de Derecho que se instituyó? ¿Se estableció una nueva forma de democracia, la democracia participativa? ¿La continuidad y ampliación de la violencia y de los conflictos armados en las últimas dos décadas, indican que fracasó como pacto de paz? ¿Los fenómenos de corrupción, paramilitarismo y parapolítica han desbordado a la Constitución? ¿Las treinta y cuatro reformas constitucionales aprobadas y el acervo legislativo han desvirtuado los contenidos y propósitos de las Memorias para la democracia y la paz: veinte años de la Constitución Política de Colombia 14| constituyente de 1991? ¿Avanzamos a un Estado más democrático o se involuciona a modalidades del autoritarismo? ¿Qué queda de la Constitución Verde y de los derechos humanos? 

Muchos de esos interrogantes son abordados en los textos compilados en este libro y que han sido aportados por protagonistas del proceso constituyente, o del seguimiento académico o político a los cambios institucionales inaugurados con la aprobación de la Constitución Política de Colombia el 4 de julio de 1991. 

En la conmemoración de los veinte años de la Asamblea Nacional Constituyente, el Centro de Memoria Paz y Reconciliación del Distrito Capital se unió a una alianza social e interinstitucional, y contribuyó a la construcción de espacios de diálogo que aportan a la reconstrucción histórica de la búsqueda de la democracia y la paz en Colombia. La agenda de la alianza social interinstitucional para la conmemoración de veinte años de la Constitución incluyó, a lo largo del año 2011 foros, conferencias, actos protocolarios, definición de placas conmemorativas e intercambios con los gestores de procesos constitucionales en países de la Región Andina.