Las calles también hablan

Las calles, avenidas o plazas de Bogotá han ido llenándose de nombres de significado histórico y en los últimos tiempos de sitios que recuerdan a personas o acontecimientos ejemplares por su contribución a la paz o a la democracia. Son huellas de memoria y de rechazo a la violencia dejadas por iniciativas oficiales de reconocimiento o reparación y en muchas ocasiones sitios destacados por grupos de ciudadanos que llenan de símbolos de convivencia el espacio público.

Ese proceso social de apropiación del espacio público para la memoria le ha permitido al Centro de Memoria, Paz y Reconciliación ir construyendo con el aporte ciudadano una cartografía de Bogotá en la cual se han ubicado 74 lugares; muchos de ellos ostentan nombres de personas que han sido asesinadas en medio de la violencia política que ha marcado a Colombia en un siglo de historia: líderes políticos, defensoras de derechos humanos, sindicalistas, periodistas, estudiantes. También se han destacado lugares que recuerdan grandes eventos en la búsqueda de la paz como el Voto Nacional por la Paz en 1902, la Asamblea Constituyente de 1991, la Séptima Papeleta de 1990, el Mandato por la Paz en 1997, el plebiscito de 12 millones de firmas por el Manifiesto por la paz y la no violencia presentado por Colombia en 1998 ante las Naciones Unidas, el Centro de Memoria en el Parque de la Reconciliación, entre otros.

Al observar ese mapa de Bogotá Ciudad Memoria, la ciudad aparece marcada en todos los puntos cardinales por esos símbolos que son un llamado a las acciones comunes por la paz – que es otro nombre de la reconciliación – o a la no repetición del uso de las armas para dirimir conflictos políticos o sociales. Pero se observa en particular que como parte de la historia de la ciudad se han trazado dos rutas excepcionales que son la lectura de buena parte de la historia de violencia política y de lo que no se quiere olvidar. Una de esas rutas es el recorrido por la Carrera Séptima desde el sitio donde fue asesinado Rafael Uribe Uribe en 1914 en las gradas del Capitolio Nacional hasta la Avenida Rodrigo Lara Bonilla (calle 127) y otra por la calle 26 – Avenida Jorge Eliecer Gaitán – desde el Parque de la Independencia hasta el Aeropuerto El Dorado, Luis Carlos Galán.

De la tierra al olvido. Y otras historias de mujeres en medio del conflicto

De La tierra Al olvido

Las mujeres en Colombia han sufrido doblemente la guerra. Las cifras nos muestran que los hombres han sido las principales víctimas del delito de homicidio, pero también nos indican que las demás tipologías de violencia han sido ejecutadas a la par contra hombres y mujeres. Vergüenza, dolor, amargura y rabia son las palabras que vienen a mi mente cuando pienso en cientos de mujeres víctimas que he conocido a lo largo de este interminable conflicto colombiano. Mujeres desplazadas con sus hijos, mujeres que no encuentran sosiego ante la desaparición de un familiar, mujeres cuyos hijos se los llevó la guerra porque fueron reclutados, y viven con el corazón en la mano, esperando siempre la trágica noticia de la muerte. Mujeres violadas para humillar al supuesto enemigo, mujeres desaparecidas, mujeres secuestradas, mujeres mutiladas, mujeres preñadas por sus victimarios violadores, mujeres tristes, mujeres solas, mujeres sobrevivientes. 

Pero también he conocido el valor inigualable de estas mujeres que, a pesar de todos sus sufrimientos, tuvieron que levantarse solas para seguir adelante con la vida, lograr sobreponerse gracias a su esfuerzo y revertir su sufrimiento en una causa colectiva. Con este valor indescriptible y su propia persistencia, muchas mujeres lograron que las adversidades y las circunstancias forjaran su liderazgo y que, en el marco de otros esfuerzos hechos por los movimientos de defensa de los derechos humanos, se hicieran visibles y reconocidos sus derechos.

 A pesar de que la guerra y la violencia arrebatan cada día los derechos de muchas ciudadanas y ciudadanos, Colombia hoy cuenta con un marco jurídico que reconoce los derechos de las mujeres víctimas y con una serie de autos proferidos por la Corte Constitucional, que son instrumentos fundamentales en la búsqueda de la garantía de los derechos, pues reconocen el impacto desproporcionado, en términos cuantitativos y cualitativos, del conflicto armado interno y del desplazamiento forzado sobre las mujeres colombianas. En el ámbito de la prevención del desplazamiento forzoso, la Corte Constitucional ha identificado los Riesgos de Género, es decir, los factores de vulnerabilidad específicos a los que están expuestas las mujeres por causa de su condición femenina en el marco de la confrontación armada interna colombiana, que no son compartidos por los hombres, y que explican en su conjunto el impacto desproporcionado del desplazamiento forzoso sobre las mujeres. 

En este marco de derechos y reconocimientos jurisprudenciales, el Distrito Capital busca superar, de la mano con las mujeres víctimas del conflicto armado y con acciones concretas y acciones afirmativas, los rasgos de discriminación profundamente arraigados en la sociedad colombiana y construir una ciudad más justa, incluyente y amorosa.

Rompecabezas de la Memoria: aportes a Comisiones de la Verdad.

Rompecabezas de la Memoria, Aportes a Comisiones de la Verdad

La historia de las guerras y conflictos armados en Colombia se ha venido contando a retazos. En cada periodo del largo ciclo iniciado en los años cuarenta, le ha llegado el momento a informes, relatos y novelas, que hacen ya una larga lista en las bibliotecas que casi nadie lee. Por estos días, de nuevo hay una efervescencia de conversaciones y estudios que quieren aportar a la comprensión de lo que ha sucedido en setenta años de violencias, con investigaciones o informes de casos, de momentos especiales o de procesos de larga duración. Parece que le ha llegado otro turno a la memoria y a la verdad histórica. 

Un capítulo especial de ese ejercicio de reconstrucción histórica, o de inventario de desastres, lo han ocupado los informes de comisiones de estudio convocadas por los gobiernos, junto con esfuerzos sobresalientes de documentación, realizados desde centros no estatales de pensamiento y distintas ONG. 

La revisión de esos informes trae muchas sorpresas sobre el lugar marginal que en las políticas oficiales ha tenido la memoria histórica en todas estas décadas de violencias y conflictos armados. De este recorrido se ocupa esta publicación, recogiendo algunas reflexiones y documentos aportados en eventos realizados en el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación en su proceso de construcción. El repaso se realizó con fines pedagógicos y en la búsqueda de un norte para la acción del Centro en su fase inaugural. En esta compilación, se llega hasta la efervescencia de las memorias en la última década, que contrasta con lo ocurrido en los cincuenta años anteriores. 

Primero fue la omisión oficial. Después de las dictaduras de mitad del siglo XX, se impuso el silencio del Frente Nacional: el pacto bipartidista, orientado 6 Rompecabezas de la memoria ¿Aportes a una comisión de la verdad? Por el documento elaborado por Laureano Gómez y Alberto Lleras Camargo, incluyó la idea de dejar en el olvido lo sucedido entre 1948 y 1958. De manera tímida le cargan culpas al gobierno “tiránico” del General Gustavo Rojas Pinilla, y el resto de la historia queda cubierto por la tesis del “enfrentamiento fratricida” o la “violencia sectaria”. La Comisión para el estudio de las Causas de la Violencia, creada por la Junta Militar en 1958, se disolvió después de haber recorrido varias regiones, haciendo entrevistas, promoviendo pactos de cese de hostilidades y acumulando documentos. La tarea de esclarecimiento fue asumida, en 1962, por la Universidad Nacional, desde la Facultad de Sociología, creada por Orlando Fals Borda y Camilo Torres Restrepo. El grupo conformado fue apoyado por la empresa privada, y con el aporte fundamental de Monseñor Germán Guzmán, publicó los libros titulados La violencia en Colombia. El primer tomo, en 1962, y el segundo, en 1964. 

El primer informe de origen oficial se produjo en 1987 a pedido del gobierno. Se trata del documento Colombia: Violencia y Democracia, de la Comisión de Estudios sobre la Violencia, publicado por el Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional. Convocados por Gonzalo Sánchez, un destacado grupo de académicos proyectó el estado de ánimo de la sociedad y del gobierno, luego del fracaso de las negociaciones de paz y del holocausto del Palacio de Justicia, durante el gobierno de Belisario Betancur. La llamada “violentología” ocupó el primer lugar en atención y fue criticada por haber minimizado la dimensión de la crisis de Estado, del autoritarismo que había sucedido al Frente Nacional y de las guerras que se imponían sobre las lógicas de la violencia ordinaria. Lo que se destacó fue una tipología de muchas violencias y la tesis de que lo importante para el Estado era afrontar “la violencia de la calle”. Este enfoque debilitó las recomendaciones de la Comisión, que incluían puntos importantes hacia la reestructuración democrática del país y en nombre de una convocatoria a conjurar la violencia, dejó de lado la definición de políticas de paz. 

El enfoque de la academia y de las políticas públicas hacia las dimensiones de la violencia, le cedió el campo de la memoria a las acciones de resistencia en defensa de los derechos humanos, en el periodo más crítico de guerra y terror de la historia de Colombia, entre 1985 y 2005. La síntesis de esas memorias de resistencia es el informe Colombia Nunca Más, que responsabiliza al Estado por el paramilitarismo, las graves violaciones a los derechos humanos y a las normas del Derecho Internacional Humanitario.

Al lado de ese informe, elaborado en una alianza de 17 organizaciones defensoras de derechos humanos, hoy avanzan procesos de “memoria viva”, como los encabezados por Reiniciar y las víctimas del genocidio en contra de la Unión Patriótica, la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz y sus comunidades eclesiales de base; la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (Asfaddes), el Comité Permanente de Defensa de los Derechos Humanos, Cinep, Comisión Colombiana de Juristas, Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo, Asociación Minga, Ruta Pacífica de las Mujeres, Casa de la Mujer y colectivos de diversas partes del país. 

Los acuerdos de paz entre el gobierno y algunas guerrillas, entre 1989 y 1993, no le dieron importancia a la memoria, ni a la verdad histórica. La excepción fue el informe Pacificar la Paz, que siguió a la desmovilización del EPL y el Quintín Lame, el cual ha pasado desapercibido, no obstante la documentación y recomendaciones que hacen sus autores bajo la coordinación de Alejandro Reyes Posada.

 Hasta 2012, la política oficial fue la desmemoria sobre el conflicto armado, sus determinantes y consecuencias. Durante la primera década del siglo XXI, se estableció como verdad oficial la negación de la existencia del conflicto armado interno y de crisis humanitaria o violaciones a las normas del Derecho Internacional Humanitario. Por ley, se definió que en Colombia solo se podía hablar de violencia de grupos armados ilegales y, en ningún caso, de responsabilidades del Estado. A pesar de esta política pública, se abrieron paso iniciativas como el Grupo de Memoria Histórica y el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación. 

En el recorrido por los informes sobre la violencia y los conflictos armados en Colombia, tal como se ilustra en esta compilación, se constata que la apertura a la memoria y a la verdad histórica ocurre en el país desde las organizaciones de víctimas y de defensa de los derechos humanos. En los últimos años, y en medio del conflicto, se registra un movimiento de conciencia a todos los niveles, con centenares de iniciativas locales, en las cuales se destaca el papel de las mujeres, de los jóvenes y de los centros académicos. Esa emergencia de la memoria y la verdad históricas, como fuerza transformadora, está impactando también las políticas públicas, iniciativas institucionales y las leyes de reconocimiento de los derechos de las víctimas. Así se muestra en el informe de la Comisión de la Verdad sobre los hechos del Palacio de Justicia, presentado en 2010, y de manera 8 Rompecabezas de la memoria ¿Aportes a una comisión de la verdad? especial en los documentos del Centro Nacional de Memoria Histórica, que tienen su primera gran síntesis en el informe ¡Basta Ya! Colombia: Memorias de Guerra y Dignidad, publicado en julio de 2013. 

En todas estas décadas, los silencios y olvidos de la memoria se han explicado por las condiciones que impone la guerra y los conflictos armados en el ámbito de la verdad; por la guerra de memorias como otra forma de la misma guerra. Pero también, la emergencia de las memorias de resistencia y del reto de hacer memoria histórica como instrumento de paz, son leídos como signos de un nuevo tiempo y oportunidad de otro futuro.

Detrás del espejo: retos de la Comisión de la Verdad

Detrás del Espejo, Retos de la Comisión de la Verdad

Luego de una noche de pesadillas, cuando se miró al espejo esa mañana, descubrió que en sus pupilas se escondía la alegría inocente de la ya lejana infancia; en sus labios percibió la presencia de los amores, algunos efímeros, y otros prolongados, y en cada pliegue de su rostro leyó las huellas de crueles experiencias. Vio que su vida era una mezcla de mezquindad y altruismo: vividos en proporciones diversas, según las circunstancias. Pero sobre todo, encontró que no era lo que otros decían y menos lo que por mucho tiempo creyó de sí. Esta experiencia matinal fue su hora de la verdad. 

Las naciones tienen también su hora de la verdad. Las catástrofes, las invasiones, las endemias son momentos en los que ven su rostro y descubren sus virtudes y defectos. Saben entonces de lo que son capaces y se plantean los desafíos que se derivan del conocimiento de sí mismas. 

Nuestro país está a las puertas de una hora de la verdad. Luego de más de medio siglo de un ciclo de confrontaciones que parecía no tener término, la paz parece estar cerca y el día no esté lejano, como escribió el poeta. Empezaremos a ver la verdad de nuestros conflictos, las razones y sinrazones de nuestros procederes, las repercusiones de nuestras acciones. Sin duda, es un periodo de autorreconocimiento, de saber, sin miramientos, lo que somos y de otear con esperanza lo que podemos llegar a ser. 

Parte significativa de este proceso son las comisiones de la verdad, las cuales son oportunidades para elaborar socialmente los conflictos, para descubrir como en una experiencia matinal la verdad de nuestro rostro. Quien pretenda hacerlas garrote para la vindicta o instrumento para otros propósitos subalternos, convierte en farsa lo que debiera ser un ejercicio para la autoconciencia. Y con ello, no solo las desvirtúa, sino que desvía su sentido profundo, reduciéndolas al tamaño de los rencores. 

La vida en sociedad deja de ser la existencia del hormiguero, cuando la agregación humana de que se trate pugna por realizar el concepto que de sí misma ha construido. Son los fines, los valores, el rumbo que a partir de las experiencias históricamente significativas ha podido definir. Esto que Hegel llamaba la eticidad, se torna razón de ser del vínculo social, fundamento del destino compartido que en su pleno desarrollo puede derivar en derecho, en norma constitucional, en instituciones al servicio de estos fines, en cultura política. La comunidad nacional, a través del Estado como instrumento, realizaría el concepto que de sí ha elaborado. 

En nuestra opinión, este es el significado trascendente de las comisiones de la verdad. Encuadradas en la voluntad de superar un periodo traumático en el transcurrir de un pueblo, a veces como producto de un compromiso entre las partes enfrentadas, estas comisiones apuntan a redireccionar el rumbo de las sociedades por la vía de la elaboración de los traumatismos que han padecido por causa de dictaduras, guerras civiles, conflictos internacionales, entre otras posibilidades. 

La verdad es concreta, se ha dicho. No es una entelequia abstracta sin determinaciones históricas. La verdad es siempre incompleta y en plan de satisfacer su vocación de complejidad. A estas limitaciones están sometidas, sin evasión posible, las comisiones de la verdad, algo que no debieran olvidar quienes pretenden guiarse por razones absolutas, porque con ello las elevan a condiciones imposibles para que la sociedad supere de manera constructiva periodos como el que Colombia está a punto de cerrar. 

Nuestro país surgió presa de una contradicción hasta hoy no superada a la vida independiente en los marcos del ideal del Estado moderno, pero en realidad carecía de una comunidad nacional que le sirviera de fundamento. No podía existir unidad de destino si los componentes de los llamados a ser parte de dicha comunidad se contraponían como bárbaros y civilizados, y si estos últimos solo podían mantener la supremacía a condición de que en la sociedad persistieran la asimetría y la exclusión. La civilización y la barbarie pueden llegar a ser dos órdenes inconmensurables, solo que en este caso no serían dos conceptos contrapuestos, sino dos conjuntos humanos que compartiendo un mismo espacio sociotemporal viven el antagonismo total de “me llevarlo me lo llevo yo” como canta el juglar vallenato. Por ello, de la violencia permanente que surge de este enfrentamiento se pasa a las guerras, guerrillas y dictaduras recurrentes que hemos vivido. 

En nuestro caso, la violencia ha acabado en rasgo medular de la sociedad colombiana: ella da poder económico y político, prestigio e influjo social, que a su vez genera más violencia porque esta es el medio para acrecer lo conquistado. Algo que se practica desde el Estado, el paraestado y el contraestado, por los ricos y por los que están en plan de enriquecerse y para lo cual hasta la misma insurgencia acaba siendo funcional. A esclarecer esta lógica perversa, en sus variadas modalidades, debiera servir una comisión de la verdad, pues no es otra la verdad profunda de nuestros conflictos. Es el camino para reencontrar los ideales primordiales de nuestra nación y que están anclados en nuestra condición de colombianos desde la lucha por construir una nación independiente, por conquistar una sociedad de libres e iguales, que reconozca la diversidad como su mayor riqueza y que esté llamada a garantizar el pleno desarrollo de todas y todos sin excluir a nadie de este destino. 

A este fin debiera servir una comisión de la verdad en nuestro país y a ello están orientados los trabajos que recoge este libro, que hoy el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación entrega para el estudio y la acción. Buen provecho, como solemos decir cuando compartimos un buen plato.

Memorias para la democracia y la paz: veinte años de la constitución política de colombia

El Centro de Memoria, Paz y Reconciliación definió como una de sus líneas de acción en 2011 el acompañamiento a los actos de memoria de los veinte años de la realización de la Asamblea Nacional Constituyente, y de la aprobación de la Constitución Política de Colombia. La Asamblea Nacional Constituyente de 1991 fue un hito en la historia del siglo xx, en la búsqueda de la institucionalidad necesaria para superar cincuenta años de ciclos de violencia y conflictos armados. Con la aprobación de la nueva Constitución se formalizó un pacto de sociedad para construir un Estado Social de Derecho que permitiera tramitar pacíficamente los conflictos sociales y políticos. Después de décadas de violencias generalizadas y de crisis del régimen político heredado del Frente Nacional, convergen varios procesos de búsqueda de alternativas por el camino de la ampliación de la democracia representativa y la exploración en la democracia participativa.

Luego de veinte años vuelven a formularse interrogantes sobre el significado y las repercusiones del cambio institucional iniciado en 1991. ¿Cuáles fueron los retos que asumió la Constituyente? ¿Cuáles las circunstancias que le dieron origen y el contenido del Estado Social de Derecho que se instituyó? ¿Se estableció una nueva forma de democracia, la democracia participativa? ¿La continuidad y ampliación de la violencia y de los conflictos armados en las últimas dos décadas, indican que fracasó como pacto de paz? ¿Los fenómenos de corrupción, paramilitarismo y parapolítica han desbordado a la Constitución? ¿Las treinta y cuatro reformas constitucionales aprobadas y el acervo legislativo han desvirtuado los contenidos y propósitos de las Memorias para la democracia y la paz: veinte años de la Constitución Política de Colombia 14| constituyente de 1991? ¿Avanzamos a un Estado más democrático o se involuciona a modalidades del autoritarismo? ¿Qué queda de la Constitución Verde y de los derechos humanos? 

Muchos de esos interrogantes son abordados en los textos compilados en este libro y que han sido aportados por protagonistas del proceso constituyente, o del seguimiento académico o político a los cambios institucionales inaugurados con la aprobación de la Constitución Política de Colombia el 4 de julio de 1991. 

En la conmemoración de los veinte años de la Asamblea Nacional Constituyente, el Centro de Memoria Paz y Reconciliación del Distrito Capital se unió a una alianza social e interinstitucional, y contribuyó a la construcción de espacios de diálogo que aportan a la reconstrucción histórica de la búsqueda de la democracia y la paz en Colombia. La agenda de la alianza social interinstitucional para la conmemoración de veinte años de la Constitución incluyó, a lo largo del año 2011 foros, conferencias, actos protocolarios, definición de placas conmemorativas e intercambios con los gestores de procesos constitucionales en países de la Región Andina.

Las luchas por la memoria

En las democracias latinoamericanas las luchas por la memoria apenas inician una vez superada la coyuntura de regímenes políticos autoritarios marcados por la presencia de la “bota militar”, entre las décadas del setenta y ochenta del siglo XX, particularmente, en las democracias del cono sur como las de Chile, Argentina, Brasil y Paraguay o en países como los nuestros caracterizados por democracias inestables y convulsionadas. De tal manera, la memoria de los colectivos se convierte en un elemento de tensión y de continua lucha contra la historia oficial y la verdad impuesta por un Estado que quiere decretar perdones y olvidos, amnistías y amnesias colectivas que violentan el derecho a la verdad, la justicia y la reparación de los más débiles. 

El olvido y el perdón suelen ser temas relacionados en el escenario de lo público cuando se toca el tema de la memoria y se reivindica la imposibilidad del olvido en el plano tanto individual como colectivo. En este sentido, la memoria individual y la memoria colectiva viven un continuo conflicto político frente a la historia oficial, cuando ésta quiere ocultar crímenes de Estado y delitos de lesa humanidad. Esta lucha política trae como consecuencia la imposibilidad del olvido, la cual, a su vez, tiene un antecedente directo en la discusión desarrollada por los sicoanalíticas y los fenomenólogos. El derecho del olvido, tanto individual como colectivo, cuando se trata de recuerdos desagradables de la experiencia vivida, choca en ocasiones contra el olvido impuesto. En consecuencia, encontramos la amnistía, que como derecho de gracia y como residuo del derecho divino medieval, es un privilegio de regalía que sólo se pone en práctica periódicamente, según la voluntad del jefe de Estado. La amnistía como olvido institucional, guarda una proximidad foné- * Profesor e investigador. Universidad Distrital Francisco José de Caldas Las luchas por la Memoria 16 tica y semántica con la palabra amnesia, aspecto que señala un pacto secreto con la negación de memoria que aleja la verdad del perdón después de haber propuesto su simulación. 

La lucha por la memoria, la imposibilidad del olvido y la verdad jurídica, en términos sociales, compromete a un alto porcentaje de la nación cuando de delitos de lesa humanidad se trata. Para Tzvetan Todorov (Los abusos de la memoria, 1995), a lo largo del siglo XX, debido a que los regímenes totalitarios concibieron el control de la información como una prioridad, se mancilló la memoria y se abusó de ella, lo que trajo como consecuencia una abierta lucha entre la nación y el Estado por el control de la memoria, la oficialización del olvido y la imposición de la verdad jurídica. En este sentido, frente a la experiencia de la segunda guerra mundial anota que “informar al mundo sobre los campos de concentración es la mejor manera de combatirlos; lograr ese objetivo no tiene precio” (Todorov, 1995: 13). Los regímenes totalitarios y militares cuentan con una carga emocional implícita para quienes los han vivido, lo que trae como consecuencia un derecho al olvido propio o una tensión al recuerdo. Por ende, la memoria no se opone en absoluto al olvido. Los dos términos para contrastar son la supresión (el olvido) y la conservación; la memoria, es en todo momento, y necesariamente, una interacción de ambos. De ahí que, para Torodov, la recuperación del pasado es indispensable, lo cual no significa que el pasado deba regir el presente, sino que, al contrario, éste hará del pasado el uso que prefiera.

Memorias con sentido de futuro. Cátedra del bicentenario

Memoria con sentido de futuro

Esta publicación reúne las ponencias presentadas en la “Cátedra del Bicentenario: memoria con sentido de futuro”, realizada entre los meses de marzo y julio de 2010. 

Con motivo de la conmemoración del Bicentenario del Grito de Independencia, el Centro del Bicentenario: Memoria Paz y Reconciliación de la Secretaría Distrital de Gobierno y la Cátedra de Pedagogía instituida por la Secretaría de Educación de Bogotá unieron sus esfuerzos; es así como se ofreció la oportunidad de abordar temas trascendentales de nuestra historia. 

En la sesión inaugural, realizada el 10 de marzo, el secretario Distrital de Educación, Carlos José Herrera, centró la Cátedra cuando señaló que “[…] la temática ‘Bicentenario: memoria con sentido de futuro’, no sólo nos ayuda a reflexionar sobre los doscientos años de la Independencia, sino sobre lo que está ocurriendo ahora”; indicó que nuestros pueblos del continente tuvieron una agenda común en su lucha emancipadora, y hoy, en varias naciones de América Latina, rescatan su sentido de historia abriendo centros de memoria en Chile, Uruguay, Brasil, Colombia y la misma España, para Memoria con sentido de futuro │ Cátedra del Bicentenario 10| rescatar el legado de sus pueblos. “Esa agenda común debe ser objeto de estudio en búsqueda del desarrollo del derecho a tener memoria para no repetir y sacar experiencias en defensa de la democracia y los derechos humanos”, recalcó Herrera.

 La Cátedra incluyó en las tres primeras sesiones reflexiones sobre los fundamentos del Estado de Derecho y los derechos humanos, sobre conquista de derechos para las mujeres en setenta años de luchas y el significado histórico de la Asamblea Constituyente de 1991. En la segunda parte de la Cátedra se abordaron temas de gran importancia en la pedagogía de las Ciencias Sociales y el análisis histórico de los movimientos populares. 

En este volumen se incluyen las ponencias centrales que están a disposición de los lectores en el aula virtual del Centro del Bicentenario: Memoria, Paz y Reconciliación, al lado de otros textos que son un calificado material de consulta para que en los centros educativos se continúe profundizando en esta Pedagogía de la Memoria con Sentido de Futuro.

Cuando la historia es recuerdo y olvido

El siguiente texto reúne los resultados del proyecto de investigación institucional Remembranza, contradicción y ciudad. Memorias de los conflictos y las violencias en Bogotá, realizado desde el Instituto para la Pedagogía, la Paz y el Conflicto Urbano de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, IPAZUD. El proyecto se dirigió a la indagación de unas cuestiones que tienen sobre sí inmensos desafíos: los recursos, los modos y las orientaciones con los cuales los agentes sociales tramitan en la memoria los conflictos que atraviesan el discurrir de la ciudad y la vida urbana. De entrada se puede señalar que los desafíos que rondan estas cuestiones proceden de los efectos de varias tradiciones: en primer lugar de los efectos de una tradición que tiende a revestir a la memoria como un objeto compartido que conserva canónicamente una versión única de los hechos sucedidos o de aquella otra que la presenta como un objeto emergente en unas versiones alternas a contracorriente de cualquier estructura dominante o hegemónica; en segundo lugar de los efectos de una tradición que percibe el conflicto solo en acontecimientos con claras demarcaciones en el tiempo y el espacio o de aquella otra que lo prolonga como un rasgo sin especificidades que absorbe al conjunto de expresiones contradictorias de la ciudad y la vida urbana; en tercer lugar de los efectos de una tradición que tiende a escindir los estudios de la ciudad de los estudios en la ciudad, estableciendo como objetos separados la ciudad como estructura de larga duración y el conjunto de fenómenos localizados que irrumpen, bien en un momento específico del desarrollo urbano, hora en algunas facetas de la vida urbana. 

Los efectos de estas tradiciones conducen a que la indagación de las memorias de los conflictos de la vida urbana quede expuesta a recluirse en los testimonios de unos agentes particulares, ubicados en unos entornos específicos y sujetos a los acontecimientos sobrevivientes o a los padecimientos recurrentes de una ciudad que no obstante no se retrata en sus estructuras o a extenderse en los discursos de un agente metafísico como la sociedad urbana, vaciado o atenuado en sus múltiples diferencias y al que se considera afectado sin distingos por eventos coyunturales o por vicisitudes permanentes en independencia de las condiciones de cualquier agente en particular. En uno u otro caso la indagación queda sometida no solo a una lectura de la memoria sino, igualmente, a una lectura del conflicto, que concurren en las ideas corrientemente invocadas del trauma y la secuela: la memoria prendada a un localismo sin estructuras o atada a unas estructuras sin localización reviste al conflicto como una expresión que sucede en un lugar pero que debe su génesis a otro que no obstante le es extraño; así, el conflicto se recuerda como una expresión desestructurada, una presencia local pero causada en una estructura ausente o invisible, o como una expresión dislocada, un factor estructural evanescente del cual solo sus remanentes contingentes se instalan en localizaciones o emplazamientos concretos. En cualquiera de estos casos, el conflicto es recordado como una constante que, por la invisibilidad de factores estructurales o por la reiteración en unos emplazamientos específicos, se erige como un rasgo inveterado de determinadas sociedades o de ciertos grupos sociales que se mantiene sin mayores modificaciones en el transcurso del tiempo.

Debates de la memoria

Debates de la memoria

Los debates sobre política pública de memoria que se incluyen en este libro tienen la virtud de recoger aportes de algunas de las organizaciones de víctimas de mayor iniciativa nacional en la última década. Con la aprobación de la Ley 1448/06/2011 se le dio un impulso sin precedentes a la formulación de una política sobre la memoria histórica en Colombia y si se repasan aportes como los que hacen en esta publicación, el Movice, Asfaddes, Reiniciar, H.I.J.O.S, Asfamipaz o País Libre, se llega rápidamente a la conclusión de que mucho de lo reclamado por las organizaciones de víctimas se está abriendo camino en la búsqueda de garantizar los derechos a la memoria histórica, la verdad y la reparación integral. Los vacíos en las políticas pueden también identificarse desde las exigencias de estas organizaciones y su contraste con los desarrollos actuales. 

El proceso participativo de construcción de una política de memoria en el Distrito Capital se enriqueció en particular por el acumulado de las organizaciones de víctimas, no solo con documentación de casos y testimonios o con sus espacios de construcción de memorias, sino con sus reflexiones sobre las 1  cuestiones clave de la discusión nacional e internacional sobre el sentido de la memoria histórica.

Ese diálogo sobre la memoria en la política pública ha contado con muchos interlocutores. Durante estos últimos años, se han multiplicado también las contribuciones realizadas desde la academia, el periodismo y el arte. 

Una muestra de esas contribuciones ha sido acogida por el Centro de Memoria y Paz en los tres libros publicados conjuntamente con el grupo de memoria del Instituto de Paz de la Universidad Distrital, Ipazud, y en la compilación de más de 40 ejercicios de periodismo en construcción de memoria, entregados por Medios para la Paz en el Concurso Nacional de Periodismo y Memoria. Las exposiciones en el MAMBO, en el Museo Nacional y en varias universidades, se articularon con varias decenas de centros de estudio con los cuales se propiciaron intercambios en lenguaje artístico.