Ante la impunidad alrededor de la violencia sexual, la memoria

Por: Adriana Serrano Murcia, del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación. 

Por estas fechas, la discusión en redes sociales y medios de comunicación recuerda que desde 2014, cada 25 de mayo, Colombia conmemora el Día de la Dignificación de las Víctimas de Violencia Sexual en el marco del conflicto armado, gracias al valor, la insistencia y lucha de cientos de mujeres que han decidido romper el silencio, silencio que en ningún momento les significó el olvido de lo que les pasó. También por estas fechas, el aislamiento social ha puesto en evidencia una de las violencias más naturalizadas socialmente: la violencia contra las mujeres. Tan sólo en Bogotá la línea púrpura para la atención de violencias de género y violencias sexuales se encuentra desbordada, el ICBF reportaba 1250 niños y niñas en restablecimiento de derechos por distintas violaciones a nivel nacional, y Naciones Unidas hace una advertencia mundial ante el inminente incremento de la violencia sexual ante la cuarentena que impone el riesgo del COVID 19.  

Como sociedad parece que nos hemos acostumbrado a aquellas relaciones de poder desiguales manifestadas en control, discriminación, explotación y violencia sobre la vida y cuerpo de las mujeres. Desafortunadamente, y como correlato de la violencia sexual, muy pocos de esos casos lograrán tener una conclusión efectiva en el sistema de justicia colombiano. Ante esta realidad colectivos de mujeres han buscado estrategias sociales y públicas de sanción a sus perpetradores: el famoso movimiento internacional Me too, la protesta ante los abusos de la policía en la contingencia, las denuncias públicas en redes sociales que por estos días acusan a líderes espirituales de abuso sexual y explotación laboral en distintas regiones de Colombia y América Latina, y las acciones de hecho de colectivos feministas en universidades de todo el país frente a la inoperancia de los protocolos de tratamiento del acoso en la ciudad. 

Si este es el panorama de la cotidianidad, el panorama del conflicto armado colombiano es aún más devastador: aun con el sabido subregistro motivado por el miedo, la culpa, la desinformación y la coerción, la Unidad para la Atención y Reparación a Víctimas reporta más de 30.000 víctimas de violencia sexual en el conflicto armado, más del 90% de ellas son mujeres y cerca del 10% de ellas viven en Bogotá. De acuerdo con el informe “La Guerra inscrita en el cuerpo”, publicado en 2017, la violencia sexual es un acto de dominación, de apropiación de la vida y cuerpo de las mujeres, de objetivación y, como lo plantea Rita Segato, de extensión del domino territorial de los armados. No sobra decir que el avance de los procesos de justicia en estos casos son también mínimos y ningún perpetrador quiere hablar con franqueza de la violencia sexual. Así se completa el ciclo de la violencia: el silenciamiento de las víctimas por la estigmatización que las ronda, las instituciones que no son garantes y los victimarios que saben que no pasará nada. 

Ante tal situación, la memoria emerge como antónimo de la impunidad. La guatemalteca Aura Cumes, investigadora y docente feminista ha planteado que el valiente ejercicio de hacer memoria sobre la violencia sexual remueve las poderosas estructuras de la memoria oficial dominante, que niegan su verdad, y nos recuerda que la memoria oficial tiene límites. Hacer memoria histórica de la violencia sexual implica también reconocer como posicionamiento político fundamental que lo personal es político, que es necesario ponerlo en la esfera de lo público, para despojar al victimario de su poder y su voz, dignificar a las víctimas y exigir a viva voz que nunca más se repita.  

Las víctimas recuerdan en lo público para interpretar lo que les pasó, situar su historia en el contexto de país, para dignificar, cuestionar, denunciar y exigir, para recordar que en la paz y en situaciones extraordinarias como una pandemia no deberían incrementarse los riesgos de las mujeres, ni desbordarse las líneas telefónicas para su apoyo, ni que los niños y niñas no estén protegidos en sus hogares y comunidades. Ante este esfuerzo, valiente, difícil y necesario, a la sociedad le corresponde una única responsabilidad, la de resonar. El inmenso esfuerzo de hablar de las víctimas, de dejar de callar, no nos exige otra cosa que la disposición a la escucha y la transformación. 

“Te apunto con un arma de guerra para salvarte la vida”

Por José Antequera, director del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación

Mi amigo Eduardo González, experto en comisiones de la verdad en diferentes lugares del mundo, publicó un video en Twitter que materializa la noción de distopía: un militar apunta con un arma larga a un hombre en pantaloneta y chanclas para obligarle a que se meta en su casa a partir de las medidas de cuarentena por coronavirus. Eduardo comentó la imagen: “te apunto con un arma de guerra para salvarte la vida”. 

La mañana del día en que vi su comentario había estado en un webinar muy valioso organizado por la Coalición Internacional de Sitios de Conciencia con miembros representantes de Haití, Filipinas y Kenia. Fue impresionante constatar cómo en contextos similares pero que tienen poca comunicación entre ellos se presenta hoy la misma circunstancia: el abuso policial exacerbado en las ciudades como eje principal de las violaciones a los derechos humanos en diferentes países, con la ejecución tergiversada de medidas restrictivas que resultan inevitables en medio de la pandemia. 

Al webinar reaccionó una representante de Amnistía Internacional compartiendo un reporte alarmante con diferentes violaciones a los derechos humanos atribuibles a gobiernos o grupos armados que, además, están afectando el derecho a la información de la ciudadanía en diferentes lugares del planeta. Por ejemplo, menciona cómo el jefe de la República de Chechenia, Ramzan Kadyrov, ha dicho que las personas que transmiten el virus son peores que los terroristas, lo que no sólo ha llevado a que las personas oculten sus síntomas por miedo sino que ha autorizado a que a otras se les maltrate por sospecha. También relata cómo en India se ha citado a periodistas en estaciones de policía a que den explicaciones sobres sus últimos reportajes y enumera casos de detenciones a comunicadores que se han dedicado a presentar cifras del avance de la covid-19 en Azerbayán, Kazajastán, Serbia, Bangladesh, Camboya, Uganda, Ruanda, Somalia, Túnez y Palestina. 

En Colombia, medidas inevitables de prevención que no son cuestionables en sí con respecto a la garantía de derechos y libertades también han sido tergiversadas, mal aplicadas, o utilizadas como excusa en medio de la exacerbación de casos de abuso policial que hicieron parte del debate electoral de 2019, así como de las noticias del paro de noviembre. Por ejemplo, el concejal Diego Cancino planteó públicamente denuncias de casos de violencia sexual contra mujeres donde han participado policías que las han detenido:

“El pasado 22 de marzo una mujer que sacó a pasear su mascota fue abordada por miembros de la Policía y conducida al CAI de Laureles en Bosa y, posteriormente, a la UPJ. Los policías cometiendo una serie de irregularidades la encierran, la roban, la extorsionan, la maltratan, le pegan, la manosean y finalmente la desnudan. Es un claro caso de abuso policial que incluye violencia sexual de acuerdo con la Ley 1257 de 2008, la Ley 1719 de 2014 y el derecho internacional”.

En regiones del país donde aún no se logra la paz completa como en zonas de Nariño, Chocó, Cauca y el sur de Córdoba, en las que aún impera la opresión violenta, se ha denunciado que grupos armados pretenden hacer cumplir el confinamiento ejecutando la estrategia de apuntar con armas de guerra a los habitantes con el argumento de salvarles la vida.

Tratándose de contextos, situaciones y dimensiones diferentes, los ejemplos mencionados apuntan a una misma cuestión. En la pandemia, como en cualquiera de las muy graves crisis que ha enfrentado la historia de la humanidad, no puede tolerarse la vía de las violaciones a los derechos humanos. Es claro que corremos el riesgo de no poder cerrar la puerta por donde entran el autoritarismo y la antidemocracia. De ahí que por estos días también sea imprescindible defender una cultura contraria a la barbarie, enaltecer la memoria de la dignidad que nos afirma las certezas, esas que, por cierto, han nacido en las peores circunstancias que nos han tocado vivir. Pero sobre todo, son fundamentales el rechazo social y la justicia que, además de responder a los hechos, conjuran que no nos degrademos como sociedad mientras enfrentamos el peligro.

LA COMADRE, afectaciones, resistencias y resiliencias

Un 𝑹𝒊𝒕𝒖𝒂𝒍 𝒑𝒂𝒓𝒂 𝒍𝒂 𝑺𝒂𝒏𝒂𝒄𝒊ó𝒏 𝒚 𝒍𝒂 𝑪𝒐𝒏𝒔𝒕𝒓𝒖𝒄𝒄𝒊ó𝒏 𝒅𝒆 𝑴𝒆𝒎𝒐𝒓𝒊𝒂 de La Comadre Afrodes

Vive esta experiencia para reencontrarte con la esperanza, de la mano de mujeres afrocolombianas que persisten en conservar la memoria de sus territorios para construir paz.

“La Comadre: afectaciones, resistencias y resiliencias” es la apuesta contra el olvido y la impunidad del colectivo de mujeres que lleva el mismo nombre, y que integra la Asociación Colombiana de Afrocolombianos Desplazados – AFRODES. 

La exposición hace parte de un proceso de investigación colectiva realizado en 2019 en Guapi (Cauca), Arboretes (Antioquia), Cartagena (Bolívar), Quibdó y Riosucio (Chocó), Riohacha (La Guajira), Cali y Buenaventura (Valle del Cauca), Tumaco (Nariño), Bogotá D.C y Soacha (Cundinamarca) donde se documentaron los daños, afectaciones, resistencias y resiliencias colectivas de las mujeres afrodescendientes en estas regiones, con el fin de entregar un informe desde la sociedad civil a la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Reconciliación y la No Repetición.

En el siguiente link, podrán descargar el folleto de la exposición: FOLLETO EXPOSICIÓN VIRTUAL LA COMADRE

Proceso Creativo

Ritual de sanación

Cartografía

Obras

Renders Exposición

Primer Encuentro de Experiencias Pedagógicas Constructoras de Memoria y Paz en las escuelas

La Secretaría de Educación del Distrito, el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación, la Alta Consejería para los derechos de las Víctimas, la Paz y la Reconciliación, la Universidad Pedagógica Nacional y Expedición Pedagógica Nacional, reconocen que las y los docentes de primera infancia, primaria y secundaria cuentan con valiosas trayectorias en la implementación de propuestas y prácticas pedagógicas que contribuyen a la construcción de una cultura de paz desde la escuela, el territorio y la ciudad.  

Con el objetivo de identificar, socializar y articular los saberes y experiencias pedagógicas en memorias, reconciliación y paz que adelantan las instituciones educativas y comunidades se promueve el Primer Encuentro de Experiencias Pedagógicas Constructoras de Memorias y Paz en la Escuela.  

El propósito del encuentro es propiciar escenarios de diálogo sobre las experiencias pedagógicas de maestros y maestras en la Ciudad de Bogotá en los temas mencionados que fortalezcan las experiencias existentes por medio de la articulación de redes de docentes, la retroalimentación entre pares, y la construcción de nuevas propuestas sobre cómo trabajar en temas de memoria y paz en las escuelas.  

La memoria, anticuerpo de la pandemia

Por: Fernanda Espinosa Moreno, equipo del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación 

Las investigaciones y estadísticas médicas más recientes han mostrado que la tasa de letalidad del Covid-19 se ha concentrado sobre todo en la población mayor de 60 años. Al grado que, en Italia, uno de los países más afectados por la pandemia, los medios de comunicación incluso se han referido a una “matanza silenciosa de los abuelos”, pues las personas fallecidas en los ancianatos o casas de reposo rebasan el número de 6 000. De acuerdo con el último censo poblacional elaborado por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), en Colombia el 9.2% de la población es mayor de 60 años. Dicha cifra engloba a una generación entera que vivió acontecimientos y procesos fundamentales para nuestro país, como el 9 de abril, la Violencia Bipartidista, la dictadura de Rojas Pinilla y el Frente Nacional, por solo nombrar algunos. En estos momentos, dicha generación no solamente se enfrenta al grave peligro que implica la emergencia sanitaria, sino que también debe hacer frente a otro tipo de amenaza revelada por ésta, una que tiene carácter social. 

Por sorprendente que resulte, desde el comienzo de la pandemia hemos podido enterarnos por noticias nacionales e internacionales mo algunas personas no han tenido obstáculo en restar importancia al Covid-19, calificándolo como una enfermedad que “solo afectaba a la tercera edad”. En un ejemplo extremo, en Estados Unidos un político incluso sugirió que los ciudadanos mayores debían simplemente “sacrificarse”. Existe un término preciso para definir tales ideas, gerontofobia, es decir, el desprecio por las personas de mayor edad. Mientras que en otros momentos se las ha reverenciado como verdaderas fuentes de sabiduría, por su experiencia labrada con el pasar de los años, actualmente no es raro que se asocie a la vejez con lo anticuado, inútil, incapaz o “desechable”. 

Con la pandemia también se ha mostrado el fenómeno de muertes sin duelo social. Hace ya algunos años la filósofa Judith Butler escribía sobre la alta vulneración que enfrentaban las personas “perdibles” y “desposeídas” ante situaciones de violencia, hambre y pandemias, y que “cuando estas vidas se pierden no son objeto de duelo”. Hoy podemos ver cómo en Nueva York, ciudad de “primer mundo” que actualmente es el epicentro de la pandemia en nuestro continente, ha sido necesario abrir fosas comunes para personas muertas que no recibieron una despedida familiar o un acto público de entierro. En nuestro país el problema de dichas muertes sin duelo no es nuevo, pues es el mismo de las fosas comunes, personas desaparecidas y enterradas como NN. Tristemente nos hemos acostumbrado a oír referencias de los muertos únicamente como cifras, otro líder social o excombatiente asesinado y no de la persona que vivió con un nombre y apellido. Tiempos de cifras, en que mientras se escucha que se alcanzaron las 195 920 personas muertas por Covid-19, el Padre Francisco de Roux, presidente de la Comisión de la Verdad, anuncia la cifra de 1 000 000 de víctimas por el conflicto armado. Detrás de esta cifra también están los familiares y organizaciones de víctimas, que han aprendido a vivir a pesar de la pérdida, o a sobrevivir a pesar de las circunstancias traumáticas. De hacer del duelo privado un acto público de resistencia a pesar del silenciamiento. De todos ellos podemos aprender mucho en las circunstancias difíciles que enfrentamos.  

La memoria como proceso colectivo y de escucha implica un reconocimiento del otro. La memoria es un proceso intergeneracional, en el cual las personas mayores pueden compartir sus experiencias y testimonios con los y las jóvenes, entonces implica también revalorar la experiencia. Benjamin nos dice “Existe una cita secreta entre las generaciones que fueron y la nuestra. Y como a cada generación que vivió antes que nosotros…” 

Valorar la memoria implica valorar el cuidado social. Pensemos en el valor de las y los líderes sociales, que buscan proteger a sus comunidades, o el de las personas mayores, las abuelas en quienes muchas veces recae la crianza de las niñas y niños. Cuidados que permiten la reproducción de la vida en sociedades profundamente marcadas por las desigualdades económicas, políticas, sociales y culturales que el Covid-19 no ha hecho más que evidenciar. Frente a la pandemia la memoria resulta de mucha utilidad. Un anticuerpo es una sustancia segregada por el propio organismo para combatir una infección, un virus. Eso precisamente puede representar la memoria, un recurso para romper con los ciclos de desvalorización social de la vejez y de olvidos de violencias contra las víctimas. 

Cada día y medio es asesinado un líder social en Colombia

Por Diana López Zuleta, Centro de Memoria, Paz y Reconciliación

La crisis por el coronavirus, extendida en casi todo el mundo, no ha disminuido la situación de riesgo de los líderes sociales colombianos, pese al confinamiento nacional ordenado por el gobierno. Los defensores ahora tienen un doble miedo: no solo a ser víctimas mortales de las bandas criminales, sino a contagiarse y morir por la pandemia.

En 2020, los líderes y defensores de derechos humanos han sido asesinados a un ritmo de uno cada día y medio: 72 en lo que va corrido del año, y seis de ellos desde que inició la cuarentena. Si se compara con las cifras de los primeros meses de 2019, en 2020 han aumentado las amenazas y los asesinatos.

“Estoy segura de que hay un plan para exterminar a los líderes sociales. El gobierno no le presta seguridad a la comunidad y menos a sus líderes. El gobierno extermina más que cualquier peste”, reflexiona Dolores Mojica, líder feminista y fundadora del Movimiento Soy Mujer.

Dolores, hoy de 57 años, fue secuestrada junto con su hija en 1996 en Valledupar. Ambas fueron víctimas de violencia sexual por los paramilitares y se vieron forzadas a desplazarse. No ha habido justicia ni reparación por ninguno de los dos delitos. En Bogotá, donde ella ejerce la defensa de los derechos humanos, también se ha tenido que desplazar de varias localidades. La última amenaza la recibió hace dos semanas, no obstante la cuarentena.

El asesinato de los líderes sociales tiene varios móviles, explica Leonardo González, investigador de la ONG Indepaz. El primero se da por el conflicto de los cultivos de uso ilícito pues genera presencia de grupos armados y tensiones con los líderes. “Conflictividades como la minería ilegal, la erradicación forzada, las propiedades y, como las comunidades reclaman el uso de las tierras, se ven enfrentadas con los intereses de los terratenientes que las han despojado, entonces hay grupos armados defendiendo el cultivo ilícito en la zona”.

Si bien el acuerdo de paz con las FARC trajo una reducción sustancial de varios tipos de homicidios, se dispararon otros como los de los defensores de estas comunidades. Los excombatientes se fueron de los territorios otrora gobernados por ellos pero el Estado no llegó y nuevos grupos armados aparecieron para ocupar esos espacios.

¿Cómo proteger a los líderes sociales? González, de Indepaz, cree que es imposible poner escolta a los ocho millones de líderes que hay aproximadamente en el país. “Se necesitan políticas que garanticen seguridad territorial, y esa seguridad no es solamente por la vía militar. Se necesita presencia del Estado para garantizar la no vinculación de jóvenes en la guerra: con educación, cultura, salud, y eso está siendo incumplido”.

Solo en 2019, según cifras recogidas por esta ONG, amenazaron a 310 líderes sociales. Sin embargo, el número real es mucho mayor dado que se cuentan por cientos las denuncias que llegan a la Fiscalía.

La Misión de la ONU en Colombia, en su informe presentado el 14 de abril, alertó sobre los actos de violencia contra las comunidades vulnerables, incluidas las indígenas y afrocolombianas. “Una de las prioridades debe ser adoptar medidas para proteger líderes sociales, defensores de derechos humanos y excombatientes. Las situaciones en Puerto Asís, Putumayo y Argelia, Cauca muestran que la violencia se ha mantenido en territorios a pesar de la cuarentena nacional”, dijo Carlos Ruiz Massieu, jefe de la Misión de la ONU.

Preocupa también que el 86% de los crímenes queden sin investigar y sin la captura de los autores. Es precisamente esa impunidad la que legitima los asesinatos. Que la pandemia no sea pretexto para olvidar las luchas de cada líder en su comunidad. Rescatar sus historias es importante para que no haya más violencia hacia ellos.

Colombia tiene mecanismos de guerra instaurados desde los mismos organismos estatales. La desigualdad, la impunidad y la corrupción, por poner solo algunos ejemplos, son modalidades soterradas de violencia. Por eso, es importante insistir en la implementación de los acuerdos de paz con las FARC, en la protección a los líderes sociales y en el amparo de la memoria como una de las formas de reparación a las víctimas.

Así conmemoraremos el Día de la Mujer en el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación

Bogotá, marzo 7 de 2019. Iniciativas sociales, artísticas, culturales y académicas que son lideradas por mujeres, serán las actividades gratuitas que desarrollaremos en el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación –CMPR-, para conmemorar el Día Internacional de la Mujer, mañana 8 de marzo.

Estas iniciativas sociales, buscan visibilizar y reconocer los Derechos Humanos entre la ciudadanía, a través de muestras artísticas, talleres, diálogos, performance, música y teatro, dirigidas a los visitantes del Centro. Un espacio que permite el encuentro ciudadano entre todos los grupos poblacionales, donde a partir de la interacción y la reflexión buscamos fortalecer el tejido social.

La apertura de esta conmemoración la realizará el colectivo social Proyecto 30 y el cierre de la jornada estará a cargo de la obra de teatro “Gallina y el otro”, dirigida por la dramaturga Carolina Vivas. La programación es la siguiente:

Proyecto 30

Cuenta con la participación de 30 mujeres, quienes desarrollaron una propuesta artística a partir de la asignación de los derechos humanos, con el objetivo de ejemplificar su importancia y valor en la sociedad. El resultado de todos los procesos se dará a conocer a través de una exposición que recopilará todas las obras, la cual estará presente en la sala de exposiciones temporales del CMPR, hasta el próximo 29 de marzo.

10:00 a.m. Apertura de exposición Proyecto 30 al público.

2:00 p.m. Taller tejido ancestral, dirigido por Dwinek Villafaña.

3:00 p.m. Talleres identidades libertarias por Estrella Morales.

4:30 p.m. Encuentro de Movilización Distrital.

¡Extendimos nuestro horario!

Ahora podrás conocer la expo permanente los sábados

Ahora nuestro Centro de Memoria, Paz y Reconciliación – CMPR, abrirá sus puertas los sábados de 8:00 a.m. a 5:00 p.m., para que tengas más oportunidades de disfrutar de las actividades culturales, académicas, pedagógicas y exposiciones en el espacio que es símbolo de memoria y reconciliación en la capital.

También, invitamos a residentes y visitantes en Bogotá, a conocer la primera exposición permanente que permite reflexionar sobre los impactos del conflicto en la ciudad y el rol que tenemos como ciudadanos en la construcción de paz. “RECORDAR: volver a pasar por el corazón”, te invita a un recorrido sensorial para conocer las memorias y las experiencias de la guerra durante el conflicto en el país.

Gustavo Quintero, alto consejero para las Víctimas del Distrito, indica que esta exposición permite conocer las memorias del conflicto por medio de las miradas de las víctimas, donde sus experiencias, narrativas, espacios, lugares y elementos, nos acercan a la historia del conflicto en nuestro país. Además, nos invita a experimentar de forma solidaria las situaciones del pasado para otorgarles sentido en el presente.

Al mismo tiempo, invitamos a la ciudadanía a ser partícipe de la agenda cultural y académica del Centro de Memoria, un espacio donde a través de conciertos, conversatorios y expresiones artísticas, los asistentes podrán dialogar y reflexionar sobre la construcción de iniciativas de reconciliación y paz en la capital.

Recuerda que nuestro CMPR, está ubicado en la carrera 19b # 24-86, con atención al público de lunes a sábado de 8:00 am a 5:00 pm, y todas sus actividades son de entrada libre.