El siguiente texto reúne los resultados del proyecto de investigación institucional Remembranza, contradicción y ciudad. Memorias de los conflictos y las violencias en Bogotá, realizado desde el Instituto para la Pedagogía, la Paz y el Conflicto Urbano de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, IPAZUD. El proyecto se dirigió a la indagación de unas cuestiones que tienen sobre sí inmensos desafíos: los recursos, los modos y las orientaciones con los cuales los agentes sociales tramitan en la memoria los conflictos que atraviesan el discurrir de la ciudad y la vida urbana. De entrada se puede señalar que los desafíos que rondan estas cuestiones proceden de los efectos de varias tradiciones: en primer lugar de los efectos de una tradición que tiende a revestir a la memoria como un objeto compartido que conserva canónicamente una versión única de los hechos sucedidos o de aquella otra que la presenta como un objeto emergente en unas versiones alternas a contracorriente de cualquier estructura dominante o hegemónica; en segundo lugar de los efectos de una tradición que percibe el conflicto solo en acontecimientos con claras demarcaciones en el tiempo y el espacio o de aquella otra que lo prolonga como un rasgo sin especificidades que absorbe al conjunto de expresiones contradictorias de la ciudad y la vida urbana; en tercer lugar de los efectos de una tradición que tiende a escindir los estudios de la ciudad de los estudios en la ciudad, estableciendo como objetos separados la ciudad como estructura de larga duración y el conjunto de fenómenos localizados que irrumpen, bien en un momento específico del desarrollo urbano, hora en algunas facetas de la vida urbana.
Los efectos de estas tradiciones conducen a que la indagación de las memorias de los conflictos de la vida urbana quede expuesta a recluirse en los testimonios de unos agentes particulares, ubicados en unos entornos específicos y sujetos a los acontecimientos sobrevivientes o a los padecimientos recurrentes de una ciudad que no obstante no se retrata en sus estructuras o a extenderse en los discursos de un agente metafísico como la sociedad urbana, vaciado o atenuado en sus múltiples diferencias y al que se considera afectado sin distingos por eventos coyunturales o por vicisitudes permanentes en independencia de las condiciones de cualquier agente en particular. En uno u otro caso la indagación queda sometida no solo a una lectura de la memoria sino, igualmente, a una lectura del conflicto, que concurren en las ideas corrientemente invocadas del trauma y la secuela: la memoria prendada a un localismo sin estructuras o atada a unas estructuras sin localización reviste al conflicto como una expresión que sucede en un lugar pero que debe su génesis a otro que no obstante le es extraño; así, el conflicto se recuerda como una expresión desestructurada, una presencia local pero causada en una estructura ausente o invisible, o como una expresión dislocada, un factor estructural evanescente del cual solo sus remanentes contingentes se instalan en localizaciones o emplazamientos concretos. En cualquiera de estos casos, el conflicto es recordado como una constante que, por la invisibilidad de factores estructurales o por la reiteración en unos emplazamientos específicos, se erige como un rasgo inveterado de determinadas sociedades o de ciertos grupos sociales que se mantiene sin mayores modificaciones en el transcurso del tiempo.